El sitio de Jerusalén del año 70 d.
C. fue un acontecimiento decisivo en la primera guerra judeo-romana.
Fue seguido por la caída de Masada en el año 73. El ejército
romano, dirigido por el futuro emperador Tito, con Tiberio Julio
Alejandro como su segundo al mando, sitió y conquistó la ciudad de
Jerusalén, que había estado ocupada por sus defensores judíos en
el año 66 d. C. La ciudad y su famoso templo fueron destruidos el
mismo año de su conquista. La destrucción del Templo de Jerusalén
todavía es lamentada anualmente durante la festividad judía Tisha
b'Av y en el Arco de Tito (todavía en pie en Roma), donde se
representa y celebra el saqueo de Jerusalén y el Templo.
La destrucción del Templo fue un
acontecimiento importante para la historia y la tradición judía,
conmemorado anualmente por los judíos durante el ayuno de Tisha
b'Av. Es igualmente importante para la teología cristiana. Este
evento ha sido relatado en detalle por el dirigente judío que había
entrado al servicio de los romanos y, luego, se convirtió en
historiador: Flavio Josefo.
Desde la captura de Jerusalén por Cneo
Pompeyo Magno en el año 63 a. C., los romanos ocuparon Judea y la
gobernaron, algunas veces, por intermedio de príncipes locales que
pusieron en el lugar, tales como Herodes I el Grande o Herodes Agripa
I, algunas veces directamente por procuradores que eran a menudo
corruptos y que suscitaban hostilidad en los judíos y recibían
apoyo de la importante población helenizada. Según Flavio Josefo,
las causas inmediatas de la revuelta, en 66, fueron un sacrificio
pagano ante la entrada de la sinagoga de Cesarea Marítima, seguido
por el desvío de 17 talentos del tesoro del Templo de Jerusalén,
por el procurador Gessius Florus. El acto decisivo que significó la
ruptura con Roma fue la decisión de Eleazar ben Hanania, encargado
del cuidado del Templo, de no aceptar más el sacrificio cotidiano
para el emperador.
La revuelta, de la cual Ernest Renan
escribe que constituye «un acceso de fiebre que no se puede comparar
con lo que aconteció en Francia durante la Revolución y en París
en 1871», tuvo en inicio algún éxito. El asesinato del emperador
Nerón en 68 llevó a Vespasiano a lanzarse a la lucha por la
dignidad imperial; sin embargo, interrumpió la guerra contra los
judíos para ser coronado en Alejandría. Los combates tuvieron
entonces un período de calma que los judíos no aprovecharon para
organizarse.
Con el ascenso al Imperio asegurado,
Vespasiano partió hacia Roma y dejó el comando de las legiones de
Judea a su hijo Tito, quien abandonó Cesarea poco tiempo antes del
Pésaj de 70, para asediar Jerusalén en busca de dar inicio, según
Dion Casio, a las negociaciones.
A pesar de que durante la primera
guerra judeo-romana, los zelotes tuvieron éxitos iniciales en
repeler los asedios romanos y expulsar a gran número de legionarios
fuera de Judea; pero, a falta de un buen liderazgo, empezaron a
pelear entre ellos. Además, aunque eran hábiles en tácticas de
guerrillas y emboscadas contra las legiones romanas, carecieron de
disciplina, formación y preparación para las batallas.
Al empezar el año 70, Tito junto con
tres legiones(V Macedonica, XII Fulminata y XV Apollinaris) rodearon
la ciudad por el lado occidental y una cuarta legión (X Fretensis)
hizo lo propio por el Monte de los Olivos en el este. Logró ejercer
gran presión sobre los suministros de alimentos y agua de los
habitantes de la ciudad, al permitir a los peregrinos ingresar en la
ciudad para celebrar el Pésaj y, luego, negarles la salida. Después
de que varias incursiones judías mataran a algunos soldados romanos,
Tito envió a Flavio Josefo, el historiador judío, a negociar con
los defensores; esto terminó con los judíos hiriendo al negociador
con una flecha y otra incursión fue lanzada poco después. Tito
también fue capturado durante este ataque repentino, pero logró
escapar.
A mediados de mayo, Tito ordenó
destruir la recientemente construida Tercera Muralla con un ariete,
el cual abrió una brecha en ella y en la Segunda Muralla. Luego,
giró su atención a la Fortaleza Antonia, ubicada justo al norte del
Monte del Templo. Los romanos fueron entonces arrastrados a la calle
en la lucha contra los zelotes, pero se les ordenó retirarse al
templo para evitar grandes pérdidas. Flavio Josefo fracasó en otro
intento de negociar y los ataques judíos impidieron la construcción
de torres de asedio en la Fortaleza Antonia. Los alimentos, el agua y
otras provisiones fueron menguando al interior de Jerusalén, pero se
consiguió introducir a hurtadillas dichos suministros en la ciudad,
burlando a las fuerzas romanas en el proceso. Para poner fin a esta
situación, se emitieron órdenes para construir un nuevo muro y
también se reinició la construcción de la torre de asedio.
Después de varios intentos fallidos de penetrar o escalar las murallas de la Fortaleza Antonia, los romanos lanzaron finalmente un ataque secreto, con el que sorprendieron a los guardias zelotes durmiendo y lograron conquistar la fortaleza. Este era el segundo mayor edificio del perímetro defensivo de la ciudad, después del Monte del Templo, y constituía un excelente punto de partida para asaltar el propio Templo. Los arietes no tuvieron gran éxito, pero en la lucha las paredes se incendiaron cuando un soldado romano lanzó un tizón a una de ellas.
Destruir el Templo no estaba entre los
objetivos de Tito, posiblemente debido a las grandes ampliaciones
llevadas a cabo por Herodes I el Grande unas pocas décadas antes. Lo
más probable es que Tito hubiese querido apoderar de él y
transformarlo en un templo dedicado al culto imperial y al panteón
romano. A pesar de que Tito no deseaba la quema del Templo, el
incendio pronto estuvo fuera de control. El edificio quedó destruido
en la fecha conocida como Tisha b'Av, a finales de agosto, y las
llamas se propagaron a las zonas residenciales de la ciudad. Las
legiones romanas aplastaron rápidamente a la resistencia judía
restante. Parte de los judíos que se salvaron escaparon por medio de
túneles subterráneos escondidos, mientras que otros se dirigieron a
los altos de la ciudad para resistir. Esta defensa detuvo el avance
romano debido a que los atacantes tuvieron que construir torres de
asedio para asaltar a los que aún se defendían. La ciudad estuvo
bajo completo control romano para el 7 de septiembre y los romanos
continuaron persiguiendo a los judíos que habían huido de la
ciudad.
La narración de Flavio Josefo
generalmente se considera poco fiable en este caso. Josefo había
actuado como mediador para los romanos y, cuando las negociaciones
fracasaron, fue testigo del asedio y de las consecuencias del mismo.
Escribió:
Ahora, como el ejército no tenía más
personas para matar ni nada que saquear, y su furia carecía de
cualquier aliciente (ya que si hubieran tenido algo que hacer, no
habrían tenido ningún miramiento con nada), César dio órdenes de
que demolieran toda la ciudad y el templo, y dejar en pie las torres
de Fasael, Hípico y Mariamme, ya que eran las más altas, y la parte
de la muralla que rodeaba la ciudad en el lado oeste. Este muro se
salvó con el fin de garantizar un campamento para la guarnición que
quedara allí, y las torres se conservarían para mostrar a la
posteridad qué tipo de ciudad y qué bien fortificada era aquella a
la que los romanos habían sometido con su valor. Los encargados de
la demolición allanaron el resto del recinto de la ciudad de tal
forma que los que llegaran a este sitio no creerían que hubiera sido
alguna vez habitado. Este fue el final de Jerusalén, una ciudad de
gran magnificencia y fama entre toda la humanidad, provocado por la
locura de los sediciosos.
Josefo afirma que 1 110 000 personas
murieron durante el asedio, de los cuales la mayoría eran judíos.
Además, 97 000 fueron capturados y esclavizados, incluidos Simón
Bar Giora y Juan de Giscala. Muchos huyeron a las zonas de todo el
Mediterráneo. Tito se negó a aceptar una corona de la victoria
decretada por el Senado de Roma, ya que «no hay mérito en derrotar
un pueblo abandonado por su propio Dios».
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