Alaudin

 Derribó dinastías; unificó la mayor parte de la India; acosó duramente a sus súbditos hindúes en favor de los musulmanes; rechazó los intentos mongoles de invasión; saqueó Afganistán y obtuvo riquísimos botines; puso a un esclavo al mando de sus ejércitos; quitó de enmedio a cuanto noble se le oponía; y se autoproclamó Segundo Alejandro. Todos estos datos nos indican que el sultán Alaudín no será muy conocido en Occidente pero fue un personaje que no desmereció en nada a los emperadores romanos más exacerbados y merece que le dediquemos un artículo.

En 1206, el cumano Qutb-ud-din Aibak se convirtió en el primer sultán de Delhi, fundando una dinastía conocida como de los esclavos debido a que él lo había sido tiempo atrás. Gobernó sólo cuatro años porque se mató en un trágico accidente deportivo (ensartado por el pomo de su silla de montar, al caer del caballo cuando disputaba un partido de polo), pero hizo una gran labor administrativa y militar, conquistando Bengala y pasando a la posteridad por ser el primer gobernante indio musulmán, abriendo así la puerta a los mandatarios de esa fe.

Su dinastía sería derrocada en 1290 por otra, la Khalji, que fundó el ya anciano general Jalaluddin tras un golpe de estado. Durante su reinado, rechazó una invasión mongola, aunque permitió a muchos establecerse en la India a cambio de su comversión religiosa, y amplió el territorio indio conquistando la mitad meridional del subcontinente. Jalaluddin, hombre afable, fue considerado débil a menudo por la liviandad de sus castigos , de ahí que terminase eliminado por su sobrino, Ali Gurshasp, primogénito de su fallecido hermano Shihabuddin Mas’ud, a quien había cuidado como a cualquiera de sus otros vástagos.

Ali Gurshasp era el verdadero nombre de Alaudín. Nació en Delhi entre 1266 y 1267, teniendo tres hermanos: Almas Begh (luego rebautizado Ulugh Khan), Qutlugh Tigin y Muhammad. Ali y Almas contrajeron matrimonio con las hijas de Jalaluddin ya antes de que éste subiera al poder, lo que demuestra una vez más el aprecio que les tenía su tío, quien además les otorgó importantes cargos en su corte: respectivamente Amir-i-Tuzuk (maestro de ceremonias) y Akhur-beg (equivalente al magister equitum romano, una especie de lugarteniente). Pero no fue suficiente.

Y es que el matrimonio de Ali con Malika-i-Jahan no salió como todos esperaban. La mujer no sólo resultó ser arrogante y ambiciosa, sino también tener celos de Mahru, la segunda esposa, de modo que las discusiones fueron frecuentes y la relación se deterioró con rapidez; especialmente después de que Malika agrediera a Mahru y Ali defendiera a ésta. Sin embargo, el infeliz marido aguantó estoicamente sin quejarse a Jalaluddin porque también se llevaba mal con su suegra, Malka-i-Jahan, quien trataba de predisponer al sultán en su contra sospechando que aspiraba a tener su propio reino independiente.

Fuera cierto o no, el caso es que Jalaluddin envió a su sobrino a Kara (un municipio del actual estado de Uttar Pradesh sometido al sultanato) para sofocar la rebelión de su gobernador, Malik Chajju, nombrándole como sustituto de éste. Fue allí donde Ali empezó a oir los cantos de sirena de los emires locales, que le animaban a dar un golpe de mano contra su tío. Entre su desgraciada vida conyugal y aquel inesperado apoyo, Ali tomó la decisión que cambiaría su vida y le haría entrar en la Historia.

Malik Chajju había fracasado por falta de fondos, así que él no quiso caer en el mismo error y asaltó los ricos reinos vecinos de Malwa y Yadava. Pero, en una jugada maestra, entregó el botín del primero a Jalaluddin para ganarse su confianza… sin decirle nada del segundo. El ingenuo sultán picó y no sólo hizo caso de su sugerencia de contratar más tropas sino que le nombró Ariz-i Mamalik (ministro de guerra), entregándole también la gobernación de Awadh, una importante región de Uttar Pradesh.

Con los ejércitos a su mando, Ali conquistó Devagiri, la capital de Yadava, consiguiendo un fabuloso botín que Jalaluddin esperaba que le entregase; no fue así y Alaudín hasta evitó encontrarse con su tío en Gwalior, como estaba previsto. Los generales del sultán empezaron a alarmarse pero éste seguía confiando en su pariente, así que no tomó ninguna medida contra él. De hecho, Almas Begh, su otro yerno, le convenció de la inocencia de su hermano y le disuadió para ir a visitarle en Kara, aduciendo que Ali estaba procupado por aquellas dudas y quería aclararlas en persona.

 

Jalaluddin volvió a pecar de candidez y cuando llegó al punto de encuentro con sólo una pequeña escolta fue asesinado, siendo su cabeza exhibida en una pica. Ali se proclamó sultán, adoptando el título Alauddunya wad Din Muhammad Shah-us Sultan, de ahí el nombre con que se le conoce hoy. Repartió cargos entre los emires que le habían apoyado y reclutó a todo el que encontró para integrar la enorme comitiva con la que pretendía hacer una entrada triunfal en Delhi. El objetivo era demostrar que contaba con una gran adhesión popular, así que distribuyó numerosas riquezas que le permitían incorporar más y más gente durante el camino, incluyendo a varios nobles que inicialmente se le habían opuesto.

Entretanto, su suegra nombró sultán a su hijo menor Qadr Khan, que subió al trono como Ruknuddin Ibrahim. Eso provocó un doble rechazo: el de la nobleza, que no fue consultada, y el del primogénito, Arkali Khan, que se veía desplazado de sus derechos. La reacción consigiente fue una debacle: los maliks (nobles) se fueron para unirse a Alaudín y Arkali se retiró a su gobernación de Multan, en el Punjab. La viuda de Jalaluddin, abandonada por todos, quiso enmendar el error cambiando otra vez la sucesión pero el despechado Arkali no quiso escucharla; Ruknuddin Ibrahim estaba solo frente a su hermanastro.

El golpe de gracia llegó en otoño de 1296, cuando la crecida que había detenido la marcha de Alaudín bajó y ambos ejércitos se encontraron: ni llegaron a batallar porque parte de las fuerzas del sultán se pasaron al enemigo y éste tuvo que escapar con su madre, refugiándose en Multan. Días después, Alaudín entraba en Delhi entre aclamaciones y era confirmado al frente del sultanato. Se mostró generoso, aumentando pagas, conservando a los funcionarios de su tío y dando puestos a quienes le habían ayudado, ganándose el aprecio de todos. 

No obstante, fue un espejismo. Parecía que era razonablemente excepcional que enviase un contingente (dirigido por Nasrat Khan, su wazir o primer ministro) contra su suegra y hermanastros, a los que derrotó y ejecutó recuperando el control del Punjab. Pero poco después ordenó la detención de todos los maliks de Delhi (excepto tres de lealtad probada), que sufieron el mismo destino, perdiendo la vida o los ojos; fueron sustituidos por otros de confianza y sus propiedades pasaron a engrosar el tesoro real. Eso permitió reforzar al ejército, algo necesario porque a finales de 1297 se presentó un nuevo peligro: los mongoles.

Tropas del kanato de Chagatai Khan, el segundo y más belicoso hijo de Gengis Khan, entraron precisamente por el Punjab. Alaudín los detuvo contundentemente pero al año siguiente regresaron y tomaron la ciudad fortificada de Sivistán. Volvieron a ser expulsados… para retornar por tercera vez en 1299, liderados por Duwa y con Delhi como objetivo. Alaudín en persona tuvo que acudir a frenarlos, lo que consiguió a costa de muchas bajas, entre ellos algunos de sus mejores generales. Los mongoles todavía insistieron tres veces vez más.

La más grave fue en 1303: lograron saquear Delhi aprovechando que el sultán estaba ausente, en una campaña contra reinos vecinos. En la siguiente, dos años más tarde, los invasores no fueron a la capital, demasiado fortificada tras el desastre anterior, sino que camparon por la llanura del Ganges hasta que el ejército indio los aplastó en Amroha. Finalmente, en 1306, Duwa insistió con otra razia pero murió poco después y eso no sólo puso punto final a aquel recurrente problema sino que invirtió las tornas y fue Alaudín el que pasó a incursionar en territorio mongol, concretamente en Afganistán. 

Claro que los mongoles no fueron el único rival del Sultanato de Delhi. Durante todos esos años, paralelamente a esos fallidos intentos de invasión, Alaudín llevó a cabo campañas de conquista y/o saqueo contra los reinos de Gujarat, Ranthambore, Warangal, Guhila y Malwa, parte de ellas como represalia por haber cobijado a los prófugos de una serie de rebeliones contra él. En ese contexto se enmarcaron dos trascendentes episodios: el primero, el inicio de una costumbre consistente en castigar no sólo a los culpables de traición sino también a sus esposas e hijos; el segundo, la captura de Malik Kafur, un esclavo eunuco de gran belleza que ejercía como asistente del maestro de ceremonias de Gujarat y al que el sultán terminaría nombrando general.

Fue precisamente Kafur quien, estrenando su nuevo cargo, protagonizó la conquista del reino de Yadava cuando se negó a seguir pagando tributos; apresada la hija de su monarca, sería casada con Khizr Khan, vástago de Alaudín, asegurando así la fidelidad del territorio. Más difícil fue someter a Marwar, región del sudoeste del Rajastán; se necesitaron seis largos años entre 1307 y 1313, durante los cuales fueron tomándose también otros reinos como Hoysala y Pandya, aprovechando una guerra entre ambos. Durante la última campaña se descubrió una conspiración de los mongoles que Alaudín tenía contratados y decidió dar un escarmiento a decenas de miles de miembros de esa etnia.

Para entender esa serie continua de victorias hay que tener en cuenta que el Sultanato de Delhi contaba con un ejército descomunal, del que casi medio millón de efectivos eran de caballería según las fuentes -quizá algo exageradas-, en continuo estado de revista y mantenimiento. Podía permitírselo porque gracias a las riquezas acumuladas garantizaba los salarios de los soldados y el control de los precios, un aceptable nivel de vida para ellos. Algo que derivaba de la eficaz política de refomas que aplicó a todos los niveles: político, económico y social.

Y es que Alaudín no quiso conservar las estructuras de gobierno heredadas, en parte porque necesitaba afianzar la nueva dinastía y en parte porque se le presentaba un problema inédito hasta entonces: que un mandatario de fe islámica reinase sobre casi todo el subcontinente indio. La cuestión estaba en que la producción agraria, fundamental para garantizar el suministro de cereales, estaba controlada por las autoridades locales tradicionales, que eran hindúes y por tanto hostiles a lo musulmán. Lo solucionó expropiando sus propiedades a los señores regionales, de manera que el control pasó a manos del estado y los campesinos se vieron obligados a trabajar a destajo para pagar la mitad en impuestos y vivir del resto, sin tiempo para pensar en aventuras de resistencia.

Eso obligó a crear una gran infraestructura administrativa, con funcionarios encargados de la gestión directa en sustitución de los jefes rurales hindúes. De esta forma, y con el añadido de impuestos específicos tanto a musulmanes como a no musulmanes, así como a la obligación de que los soldados entregaran cuatro quintas partes de sus botines en vez del khum (quinto) acostumbrado, las arcas del estado incrementaron sus ingresos. Para asegurarlo, se castigaba implacablemente cualquier discordancia en los registros y se proscribió el almacenamiento de excedentes por parte de particulares, quedando a cargo estatal para evitar el mercado negro.

 

Lógicamente, la rivalidad entre Islam e hinduismo se acrecentó. Algunas de sus campañas militares contra los vecinos no se basaban tanto en la política como en la fe y en ellas siempre eran destruidos los templos hindúes, aunque, a la vez, se negaba a hacer caso a los ulemas que le incitaban a eliminar a la población no musulmana y dispensó buen trato a los hindúes que demostraban lealtad. Eso sí, a la inmensa mayoría los mantenía en la pobreza como forma de impedirles sublevarse y únicamente los que estaban en el ejército -muchos, por cierto- tenían un nivel de vida aceptable.

Ahora bien, tampoco los musulmanes se libraron de su rigor. Alaudín, que era sunita, emprendió bárbaras acciones contra los chiítas, a los que se acusaba de practicas prohibidas. Es curioso lo que fuentes posteriores dicen, no sin polémica sobre su veracidad: que llegó a plantearse fundar una nueva religión, al considerar que él, como Mahoma, tenía cuatro califas (su hermano Almas Beg, el wazir Nusrat Khan, el general Zafar Khan y su cuñado Alp Khan), aunque le persuadieron de la dificultad y el peligro que eso conllevaba.

Por otra parte, consciente del peligro que siempre suponía la nobleza, Alaudín procuró mantenerla a raya arrebatándole sus propiedades e incluso sometiéndola a persecuciones periódicas cada vez que el descontento crecía demasiado, algo de lo que él estaba perfectamente informado gracias a la red de espías que infiltó en sus hogares. La citada represalia contra las familias ejercía una disuasión extra, así que, al menos en apariencia, su reinado gozó de cierta tranquilidad política una vez superadas aquellas insurrecciones iniciales.

Por lo demás, la vida bajo su sultanato era austera. En cuanto ascendió al trono abandonó su afición al alcohol y lo prohibió también para los demás, al considerar que animaba a reunirse y conspirar, si bien con el tiempo relajó un poco la medida y lo autorizó en el ámbito privado ante la imposibilidad de poner fin al contrabando. Otras proscripciones destacadas fueron las de los juegos de azar y la hechicería.

Eso no contradecía otra vertiente de la personalidad de Alaudín, la megalómana, patente en algunos ejemplos significativos. Es el caso de la construcción del Alai Minar, un minarete de ladrillo y mármol que debía superar al que hasta entonces era el más alto del mundo, el de Qtab Minar (72,5 metros), que había erigido aquel Qutb-ud-din Aibak que reseñábamos al comienzo y que se considera el monumento musulmán más antiguo de Delhi (el Alai Minar no consiguió su propósito porque quedó sin terminar cuando llevaba 24,5 metros).

Otro ejemplo fue el autoproclamarse Sikander Sani (es decir, Segundo Alejandro), acuñando monedas con dicha leyenda. Ya vimos que, si es cierto, Alaudín no tuvo problema en compararse con Mahoma, así que menos aún lo iba a tener en tomar a Alejandro Magno como modelo en un país donde se recordaba el paso de ese personaje.

Cuando Alaudín enfermó, desconfiando de todos y viendo conspiraciones por todas partes, nombró na’ib (virrey) a Malik Kafur otorgándole plenos poderes y eliminando a los sospechosos, entre ellos su cuñado Alp Khan. El sultán falleció a principios de 1316, según unos de un edema, según otros por el ambicioso nuevo virrey, que sin embargo proclamó sucesor a su hijo con la idea de manejarlo en la sombra. No pudo; él mismo cayó a manos de los escoltas de Alaudín y así Mubarak Khan, otro de los vástagos de éste, derrocó a su hermano y se hizo con el poder ese mismo año.

 

 

 

 

 

 

 

 

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