Christian Jürgensen Thomsen

 

Salvo que haya nacido en Dinamarca -e incluso así-, es improbable que ningún lector sepa quién fue Christian Jürgensen Thomsen. Se trata de un historiador danés que, pese a carecer de formación -sólo era aficionado a la numismática- y que incluso hoy resulta casi desconocido para la mayoría, creó la clasificación básica de la prehistoria y la Protohistoria que se usó hasta hace poco y que todavía se mantiene con las debidas actualizaciones: la de las Tres Edades (Edad de Piedra, Edad del Bronce y Edad del Hierro).

Por supuesto, se trata de un sistema que hoy ha quedado obsoleto por tres razones. En primer lugar, es eurocentrista, ya que únicamente toma como referencia el desarrollo humano y las primeras civilizaciones de Europa. No tiene en cuenta que el pasado y evolución en otros continentes no se ajusta a esos esquemas y, de hecho, en América, por ejemplo, se emplea uno diferente, con otra cronología (aunque su columna vertebral también es tripartita: Preclásico, Clásico y Postclásico); lo mismo cabe decir de África y Asia.

La segunda causa de obsolescencia está en que resulta demasiado simple. En la Edad de Piedra, pongamos por caso, se pueden distinguir varios tipos de técnicas líticas y culturas tan diferentes entre sí como el achelense del Paleolítico Inferior, el musteriense del Medio o la serie que se dio en el Superior (Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense), por no hablar del Aziliense del Epipaleolítico y, después, el Neolítico. Si pasamos a la Edad de los Metales, la cosa se complicaría con subdivisiones (Bronce Antiguo, Medio y Final).

Por último, explicando todo lo anterior, hay que tener en cuenta que Thomsen vivió a caballo entre lo siglos XVIII y XIX, cuando la arqueología empezó a dar sus primeros pasos científicos y había cierta confusión para interpretar los escasos restos prehistóricos. Por otra parte, este peculiar escandinavo ideó el sistema de Tres Edades con una finalidad concreta: organizar los fondos de la exposición que presentó en 1816 la Comisión Real Danesa para la Colección y Preservación de Antigüedades.

Curiosamente se le seleccionó para comisariarla a pesar de su juventud -veintisiete años- y carencia de formación, ya que sólo era el hijo de una rica familia de comerciantes de Copenhague que tenía una especial pasión por la numismática. Quizá por ello no quiso complicar el asunto y recurrió a los clásicos. Porque dividir la historia en edades no era nuevo. El poeta griego Hesíodo, que vivió entre los años 750 y 650 a.C., simultáneamente a Homero, estableció cinco (Dorada, Plata, Bronce, Heroica y Hierro) en su poema Obras y días. Tampoco era novedad basarse en el material que más se trabajaba en dichas edades, como vemos.

Pero seguramente la influencia más directa de Thomsen fue Lucrecio, poeta-filósofo romano del siglo I a.C. que, en su obra De rerum natura, también estructuró la Historia en tres edades caracterizadas por el trabajo de los metales (piedra-madera, bronce y hierro), aunque invirtiendo la interpretación de Hesíodo; si el rapsoda heleno establecía una degradación moral progresiva desde el oro hasta el hierro, concluyendo que no le gustaba formar parte de la quinta etapa, el otro sólo veía una inevitable evolución. Con el paso del tiempo, hubo otros precedentes más inmediatos que influyeron en Thomsen.  

Hasta el siglo XVI, gracias al trabajo del físico y médico Michele Mercati, nadie se planteó que las tradicionalmente llamadas ceraunias o piedras del rayo fueran herramientas de tiempos pretéritos (hoy sabemos que son bifaces tallados en pedernal durante la prehistoria). Nicolas Mahudel, anticuario y numismático francés que vivió entre los siglos XVII y XVIII, demostró que esas piedras prehistóricas estaban trabajadas por humanos. En 1723, Antoine de Jussieu, naturalista, botánico y médico de Lyon, publicó un artículo titulado De l’Origine et des usages de la Pierre de Foudre en el que confirmaba el carácter artificial de las ceraunias.

Asimismo, en una conferencia pronunciada en 1734 ante la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres (una sociedad científica francesa dedicada al estudio de las ciencias humanas), Mahudel leyó un artículo suyo titulado Les Monumens les plus anciens de l’industrie des hommes, et des Arts reconnus dans les Pierres de Foudres que añadía a la piedra el uso de bronce y hierro a imitación de la primera, lo que le facilitó establecer una secuencia Edad de Piedra-Edad de Bronce-Edad del Hierro. 

Mahudel había sido jesuita y terminó como monje trapense, dándose la curiosa circunstancia de que, en la misma época, un ex-militar reconvertido en benedictino llamado Bernard de Montfaucon, que fue el creador de la paleografía y un precursor de la arqueología, también dividió la prehistoria humana en tres edades. En cambio, Vedel Simonsen no era clérigo pero sí danés, por lo que constituyó probablemente la influencia más inmediata para Thomsen.

Abogado y médico, el romanticismo típico de la época empujó a Simonsen hacia el estudio de la Historia, trabajando en archivos y biblioteca de la Universidad de Copenhague para más tarde pasar a trabajar en la Comisión de Almacenamiento de Antigüedades. Convertido en historiador profesional, en 1813 publicó una obra titulada Primera residencia, habitantes más antiguos y destino más temprano, en la que distinguía una edad de Piedra, una de Cobre-Bronce y una de Hierro. 

Thomsen recogió todo ese legado teórico y lo aplicó a la citada colección para dividir en tres sus tipologías, profundizando luego con informes que le enviaban los arqueólogos. No era fácil porque se desconocía el origen de muchas piezas, pero fue capaz de distinguir unos de otros y percatarse de las diferencias evolutivas que presentaban en relación al material de que estaban hechos: los análisis estratigráficos demostraban que piedra, bronce y hierro no coexistieron como materiales de las herramientas y armas de nuestros ancestros, lo que permitía configurar una cronología por edades progresivamente más recientes.

El sistema fue aceptado por el mundo académico en general, algo que podría parecer sorprendente dada la escasa cualificación del autor, pero recordemos que otros muchos investigadores lo habían propuesto con anterioridad, así que todos estaban familiarizados con ello. No obstante, Thomsen incluía aportaciones suyas que lo ampliaban y perfeccionaban. Por ejemplo, tras examinar los ajuares de numerosos túmulos eliminó la plata y el oro como edades propias porque observó que esos metales preciosos siempre aparecían asociados al bronce o al hierro, no con perfiles estratigráficos propios, al igual que pasaba con otros materiales como el vidrio. Asimismo, la piedra iba asociada a la cerámica, el ámbar y las cuentas de vidrio. 

Además, Thomsen tuvo la habilidad de hacer que su cronología se adaptase a la de la Biblia, de manera que no hubiera roce con el mundo clerical. Su trabajo en la colección de Dinamarca, que no era remunerado, le llevó tres años y al terminarlo en 1819 se inauguró el Museo de Antigüedades del Norte, germen del futuro Museo Nacional. En 1836, ya asentado su prestigio, publicó Ledetraad til Nordisk Oldkyndighed (Guía de la Antigüedad Escandinava), libro en el que explicaba oficialmente su cronología y que sirvió como manual de formación para la siguiente generación de arqueólogos; incluidos los de otros países, pues la obra se tradujo al inglés en 1848.

Ahora bien, el continuo aumento de hallazgos a partir del siglo XIX ensanchó notablemente el horizonte de la arqueología y no tardó en dejar obsoleta, por insuficiente, la cronología del danés. El astrónomo y matemático Sir John Lubbock fue el primero en introducir retoques en 1865, al establecer en su obra Prehistoric times un paralelismo entre las técnicas y las costumbres, abriendo la puerta a la antropología cultural y distinguiendo entre un Paleolítico (edad de la piedra antigua) y un Neolítico (edad de la piedra moderna o pulida), de modo que pasaba de tres edades a cuatro, tal como había propuesto Sir Charles Lyell en Principles of Geology.


Lubbock, impregnado del colonialismo y racismo propio de la época que le tocó vivir, la del Imperio Británico, concebía esas sociedades prehistóricas de forma evolutiva; al fin y al cabo era buen amigo de Darwin y defendió sus ideas desde el principio frente a la tradicional cronología bíblica del calendario Ussher-Lightfoot. Pero dos años después, el naturalista y filósofo alemán Ernst Haeckel, introductor del darwinismo en su país, amplió el espectro hablando de Arqueolítico, Paleolítico, Mesolítico y Caenolítico. Seguía para ello el modelo sugerido poco antes por Hodder Westropp.  

En 1872 fue Sir John Evans, arqueólogo y geólogo que había excavado junto a Lubbock en Hallstatt, el que publicó The Ancient Stone Implements rechazando el término Mesolítico en favor de dos edades que serían Arqueolítico o Paleolítico y Neolítico; hubo numerosas voces que señalaron el enorme hueco que quedaría en medio. Fueron, sobre todo, los franceses Édouard Lartet, Gabriel de Mortillet y Édouard Piette, ya que empezaban a diferenciarse escuelas nacionales con planteamientos divergentes.

En 1915, el sueco Knut Stjerna complicó más las cosas al poner en evidencia que un período no era igual en un sitio que en otro. Además, introdujo dos nuevos conceptos, Protoneolítico y Epipaleolítico, este último como sustituto del denostado Mesolítico. En realidad, ambos cubrían el mismo período y no dejaban de constituir lo mismo, una transición, pero el germano Hugo Obermaiaer los abrazó con entusiasmo al año siguiente, en su obra El hombre fósil

Sin embargo, para finales del siglo XIX empezaba a imponerse un nuevo tipo de clasificacion formulada a principios de la centuria y basada en criterios geológicos: Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico. Fue Haeckel el que en su libro Historia de la Creación (1870) añadió complementos como Superior, Inferior y Medio en vez de Temprano, Tardío y Medio, para detallar cada período de su clasificación: Plioceno y Diluvial, que seguía la de Lyell de 1833 (Eoceno, Mioceno y Plioceno, añadiendo en 1839 el Pleistoceno). Otros autores fueron haciendo también sus aportaciones.

La Edad del Bronce también sufrió esa dialéctica. John Evans distinguió tres etapas en ella (Temprano, Medio y Tardío), si bien hablaba también de un período de paso desde el Neolítico al que llamó Calcolítico o Edad del Cobre. Los descubrimientos del italiano Gaetano Chierici supusieron otra innovación conceptual: la del Eneolítico, adoptado enseguida por los británicos como sinónimo de su Copper Age. Ahí terminaba la Prehistoria y se entraba en la Edad del Hierro, que a menudo es definida algo confusamente como Protohistoria por la variedad de cronologías a que obliga la geografía, aunque se trata de un término poco usado. 

Lo cierto es que, actualmente, la periodización se ha ramificado según la región del mundo ( por ejemplo, en África se pasó de la Edad de Piedra a la del Hierro sin pasar por Bronce o Cobre) y la cronología es diferente para cada período, con distintas fechas de inicio y final (así, en Oriente, la Edad del Hierro terminaría con el Imperio Aqueménida mientras que en Asia lo haría con el Imperio Maurya y en Europa con el ascenso de Roma… pero en Escandinavia se prolongaría hasta la Era Vikinga, etc).

 

 

 

 

 

 

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