Zenobia

El surgimiento del imperio galo hizo que Roma perdiera Aquitania y la Narbonense, dos provincias de la Galia cuyo control quedó indeciso hasta que el emperador Aureliano las recuperó en el 274 d.C. Lo hizo cuando terminó las guerras en las que se vio inmerso al poco de subir al trono, pues durante un par de años, entre el 270 y el 272 d.C., combatió a godos, jutungos, sármatas, vándalos y alamanes, además de sofocar varios intentos de usurpación, y luego se embarcó en la difícil campaña de Palmira, donde un personaje tan osado como peculiar le mantuvo en jaque otro bienio: la reina Zenobia.

En el proceso de inestabilidad que se desató en Roma a la muerte de Alejandro Severo en el 235 d.C., el rey de Palmira Lucio Septimio Odenato (cuyo nombre es una latinización del original Odainath, ya que su familia tenía la ciudadanía romana) tomó partido por uno de los candidatos a sucederle, el que la postre sería quien se impusiese: Galieno, que recompensó su lealtad nombrándole totius Orientis imperator, es decir, emperador de todo Oriente. Al fin y al cabo, Odenato también desbarató el desafío al poder imperial del persa Sapor I (que había vencido y apresado al emperador Valente), aprovechando la victoriosa inercia para expandir su reino por el resto de Siria, Mesopotamia, la zona meridional de Asia Menor, Fenicia y Arabia septentrional. Hasta se permitió tomar Armenia y entregársela a Galieno.

En suma, forjó lo que se conoce como Imperio de Palmira, aunque Odenato nunca se hizo nombrar emperador y, al igual que Póstumo en la Galia, trató de mantener los vínculos con Roma. Lo logró durante seis años y hay que deducir que tuvo un reinado competente, pues la mayoría de las fuentes hablan de su etapa en clave positiva. Pero no eran tiempos para pensar a largo plazo. En el 267, él y su primogénito Herodes fueron muertos por su sobrino Maconio, al parecer como resultado de una discusión durante una cacería.

Maconio habría sido eliminado allí mismo, aunque la Historia Augusta dice que reinó brevemente. Esto último es improbable porque no hay constancia documental en inscripciones, así que el heredero pasó a ser el vástago menor, Vabalato, pero como sólo tenía un año de edad sería su madre, Zenobia, la que ejerciera la regencia. Se daba la circunstancia de que Herodes era hijo de una esposa anterior, por lo que fueron inevitables las sospechas de que su muerte obedecía a algo más que una simple riña. Es más, Zenobia fue testigo del suceso probablemente, y la eliminación inmediata de Maconio pudo obedecer a hacerle callar.

Unos apuntan, obviamente, a que la reina querría colocar en el trono a Vabalato; otros piensan que fue una conspiración manejada desde Roma para eliminar a un mandatario que, por muy fiel que se hubiera mostrado, acumulaba un poder cada vez más grande en Oriente Próximo y Medio, constituyendo un peligro. Si la segunda opción es cierta, pudo haber contado con el apoyo de ella, combinando mutuos intereses; en cualquier caso, el resultado fue crear un problema mayor.

Septimia Bathzabbai Zainib nació en torno al año 240 sin estar claros cuáles eran sus ancestros, si bien se cree que eran semíticos y árabes. No se sabe nada de su progenitora, mientras que para el padre se han manejado varias opciones sacadas del registro epigráfico: ¿Antíoco? ¿Bat Zabbai? ¿El estratego Julio Aurelio Zenobio? Las fuentes antiguas la hacían descender de Cleopatra y ella misma fomentó la comparación, además de asegurar pertenecer al linaje de los Ptolomeos, aunque probablemente lo hizo para legitimar su aspiración a gobernar sobre Egipto. Otros relatos árabes apócrifos la relacionan con la reina de Saba, combinando leyendas dudosas. 

Sí es seguro que pertenecía a una clase acomodada, lo que facilitó su matrimonio con Odenato a la edad de catorce años para sustituir a la anterior esposa, de nombre y destino desconocido. Eso fue hacia el 255 y una década después nacía Vabalato, que, como vimos, fue proclamado rey al fallecer su padre y su hermanastro. Hasta entonces, Zenobia había permanecido en un segundo plano y se limitaba a acompañar a su marido en campaña. Es posible que eso le sirviera como un valioso aprendizaje de primera mano.

Y es que se trataba de una mujer instruida y capaz, que dio a su hijo una educación en latín, lengua que ella no hablaba bien; pero sí manejaba con soltura el griego, así como el arameo y el egipcio. Las fuentes destacan su inteligencia y belleza tanto como su vigor físico, pues era aficionada a la caza; de hecho, el cronista bizantino Jorge Sincelo dice que, como vimos, ella seguramente tomaba parte en la partida durante la que Odenato murió, ya que el traspaso de poder se hizo apenas en un día y si Zenobia hubiera estado en Palmira hubiera resultado más complicado.

Otra muestra de astucia fue enfatizar la continuidad de la labor de su difunto marido a través de Vabalato, manteniéndose ella en la sombra para subrayar la legítima sucesión de padre a hijo y evitar así la posible tentación de los militares de nombrar a uno de los suyos. Sin embargo, Roma percibía la situación de forma diferente, ya que consideraba que el poder que ostentaba Odenato, con autoridad por encima de los gobernadores romanos, era únicamente gracias a su permiso. Vabalato tenía derecho a usar títulos propios de su tierra, pero no los concedidos a su padre, como dux Romanorum o corrector totius Orientis. Menos aún imperator totius Orientis.

Era el primer motivo de fricción, que según la citada Historia Augusta se desató cuando Galieno envió al prefecto pretoriano Aurelio Heracliano con la misión de afirmar la autoridad romana y fue rechazado por el ejército de Palmira. No parece probable porque, sencillamente, Heracliano no tuvo tiempo: fue uno de los que conspiraron para quitar de en medio a Galieno en el 268, muy poco después de la muerte de Odenato. Su sucesor, Claudio Gótico II, tuvo que centrar la atención en defender las fronteras de Italia ante la llegada de los bárbaros y, por tanto, Zenobia pudo gobernar en nombre de Vabalato. 

Para entender mejor el contexto, hay que señalar que Palmira era una ciudad situada en el desierto de Siria, un territorio convertido en provincia romana en el siglo I a.C. y que había prosperado notablemente gracias al comercio, ya que se encontraba en plena Ruta de la Seda y constituía un centro proveedor de artículos orientales de lujo para los romanos; hasta hay inscripciones que reseñan contactos mercantes con la India, no sólo caravaneros sino también por mar. Pero también debía su prosperidad a que el agua es un bien de enorme valor en un ámbito desértico y la ciudad contaba con abundantes pozos y fuentes (no hay mejor ejemplo que su nombre, alusivo a las palmeras).

Algunas familias ricas obtuvieron la ciudadanía, como la de Odenato, bajo cuyo gobierno Palmira creció y se llenó de monumentos: termas, anfiteatro, gymnasium, estatuas… La lengua más usada no era el latín sino el griego, a pesar de lo cual muchos comerciantes palmireños se establecieron en Roma y no pocos servían en el ejército como fuerzas auxiliares (sobre todo en caballería: catafractos y arqueros montados). Ese esplendor se prolongó durante el reinado de Vabalato sin que ningún gobernador romano estuviera en condiciones de tratar de recuperar el control directo de las provincias orientales. 


Es más, cuando Aureliano sucedió a Claudio Gótico II -con el efímero interregno de Quintilio, que apenas duró unos meses-, Palmira acuñó monedas en las que una cara mostraba al nuevo emperador y la otra al joven Vabalato como imperator y dux romanorum, signo evidente de la pujanza de un reino que ya no se limitaba a las fronteras ganadas por Odenato sino que, una vez asentadas, inició una segunda expansión, primero por la Península Arábiga y después por Petra y Judea. Fueron conquistas iniciadas aún en vida de Claudio y en nombre de Roma; pero el paso siguiente resultaría más rompedor.

A partir del 270 d.C., el objetivo fue Egipto, quizá por la competencia comercial que suponía y con ayuda interior. La campaña se realizó sin importar el hecho de que éste se hallara bajo la autoridad de un prefecto de Roma (por otra parte ausente, combatiendo a piratas). El prefecto regresó y contraatacó pero terminó derrotado (y se quitó la vida), algo que pudiera haber significado la guerra abierta. Pero el caso es que el ejército de Palmira también incluía a soldados romanos, así que posiblemente Roma asumiera cierta incapacidad para defender sus provincias. De todas formas, en esos momentos se produjo el ascenso de Aureliano, así que la atención se centraba en Italia. 

Ello permitió a Zenobia continuar su política exterior en Anatolia, fracasando en el intento de anexión de Bitinia y Calcedonia pero triunfando en Galacia, otra provincia romana. A finales del año 271, tanto Vabalato y su madre adoptaron el título de augusto, extendiéndose su imperio por la mitad del Creciente Fértil más buena parte de Asia Menor pero sin romper con la metrópoli. Ésta había concedido a Odenato la facultad de nombrar gobernadores y Zenobia siguió haciéndolo, aunque manteniendo la estructura administrativa romana y continuando el suministro de grano a la capital del imperio.

Ahora bien, las cosas fueron cambiando. Aquellas monedas acuñadas con la faz de Aureliano dejaron de circular en favor de las que llevaban sólo al hijo de Zenobia (a veces junto a ella), de quien se decía que aspiraba a ser nombrado corregente del emperador debido a que éste no tenía descendencia. Zenobia misma se hacía llamar eusebes (la piadosa), título exclusivo de las emperatrices romanas, o incluso sebaste (emperatriz en griego). Era lo más parecido implícitamente a una usurpación y en cuanto Aureliano asentó su posición, se dispuso a poner las cosas en su sitio.

Corría el año 272 cuando marchó hacia Asia Menor al frente de sus legiones y la puso de nuevo bajo su control directo. Giró entonces hacia Siria y mientras paralelamente otro ejército desembarcaba en Egipto, chocó con las tropas palmireñas en las batallas de Inmae y Emesa, cerca de Antioquía. La victoria, no sin apuros, se decantó hacia el bando romano, lo que permitió poner sitio a la propia Palmira casi a la par que se reconquistaba Egipto en apenas tres semanas gracias a que Zenobia retiró a sus fuerzas para emplearlas en la defensa de Siria.

Pero resistir a la maquinaria de guerra romana era misión casi imposible, más aún con las líneas de suministros bloqueadas, a pesar de que los silos tenían reservas para meses. Zenobia y Vabalato abandonaron la ciudad en camello, dirigiéndose a Persia para intentar conseguir su alianza; fueron interceptados a medio camino y apresados, con lo que Palmira, al llegar la noticia, se rindió para evitar males mayores. Era el fin de aquel breve imperio.

Pero Aureliano quiso mostrarse generoso con sus prisioneros, como haría luego con Tétrico (último titular del Imperio Galo), debido a la moderación de que habían hecho gala, ya que no se rebelaron abiertamente, y a la brillante respuesta que ella le habría dado para su desobediencia: «Desdeñé considerar romanos a un Aureolo o un Galieno». Sin embargo, cuando se fue el grueso del ejército romano, los palmireños se alzaron en armas en nombre de un pariente de Zenobia, Septimio Absaio.

Entonces regresaron las legiones, derrotaron a los insurrectos y arrasaron la ciudad, llevándose sus tesoros a Roma; nunca más volvió a recobrar importancia y, convertida en un simple pueblo con guarnición, quedó excluida de las rutas comerciales. Esa destrucción, deliberadamente simbólica, como era costumbre romana, suele considerarse hoy un grave error estratégico porque con Palmira desapareció el estado-tapón que durante doce años estuvo cerrando el paso al Imperio Sasánida, que ahora tenía vía libre. 

 No se sabe qué fue de Vabalato, lo que demuestra la poca importancia que se le otorgaba comparado con su madre. Sobre el destino de ésta también hay incertidumbre. Inicialmente fue llevada a Emesa. Después, unas fuentes dicen que murió -puede que enferma o puede que al negarse a comer- a la altura del Bósforo mientras era trasladada a Roma. Otras, la mayoría, opinan que llegó a la capital y allí fue exhibida cargada de cadenas de oro en el correspondiente -y espectacular- triunfo de Aureliano, en el año 274, junto a Tétrico. 

¿Qué pasó luego? Tétrico recibió un cargo administrativo pero sobre ella no hay certeza. Unos afirman que fue eliminada pero el relato más convincente cuenta que se casó con un senador y vivió en paz con sus hijos (tenía otros dos) el resto de su existencia; su presunta casa, ubicada en Tibur (Tívoli), correspondería a una villa situada cerca de Casale San Antonio, en el centro del Piani delle Conche, aunque también se apunta a un predio anexo a la villa de Adriano. De Palmira, su ciudad natal, apenas queda nada hoy después de que el ISIS demoliera lo que quedaba en 2015.

 

 

 

 

 

 

 

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