En 1980 Carl Sagan publicó el que sin duda es su libro más famoso y popular, Cosmos, una versión escrita de la popularísima serie documental que, con el mismo título, triunfó en las televisiones de todo el mundo.
El texto incluía un duro alegato contra la carrera armamentística, un capítulo entero nada menos (¿Quién habla en nombre de la tierra?), pronosticando que una guerra nuclear no tendría ganador porque el planeta entero sería destruido y además varias veces. Lo tremendo, decía en un pasaje, estaba en que cualquier tontería podía malinterpretarse y desencadenar el caos, poniendo como ejemplo la posibilidad de confundir el estallido de un bólido en la atmósfera con una explosión atómica con la consiguiente respuesta al fuego. Y algo así pudo ocurrir en 2002 con el llamado Bólido del Mediterráneo Oriental.
Un bólido es un meteoro, es decir, un fenómeno luminoso producido por la entrada en la atmósfera de un meteoroide (partículas de roca, polvo o hielo procedentes de algún cometa o restos de la formación del Sistema Solar) que en su trayectoria deja una estela y que en lenguaje común recibe el nombre de estrella fugaz. El carácter de bólido lo adquiere por tener mayor brillo de lo común aparentando ser una bola de fuego y, sobre todo, porque suele terminar explotando en el aire a causa del desequilibrio térmico, desmenuzándose y produciendo un gran estruendo.
Esa detonación reviste a veces tal intensidad, si el bólido tiene un tamaño considerable, que puede provocar grandes daños en kilómetros a la redonda. Es lo que pasó, por ejemplo, en Tunguska (Siberia) el 30 de junio de 1908. Debido a que no se recuperó ningún fragmento, se ignora si se trataba de un cometa o de un asteroide, pero sí que debía medir más de cuarenta metros de diámetro, pues al explotar produjo tal conmoción que el suelo tembló hasta a 400 kilómetros de distancia, disparando los sismógrafos. El estallido equivalió al de una bomba atómica de 30 megatones (un megatón equivale a 1.000 kilotones, por lo que la potencia total fue de 30.000 kilotones; la bomba de Hiroshima sólo fue de 13 kilotones).
Al volatilizarse en vuelo no dejó cráter (aunque algunos científicos creen que el lago Cheko podría serlo) pero arrasó los árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados y los testimonios de los supervivientes hablan de una columna de humo en forma de hongo. Esto resulta muy gráfico y refuerza los cimientos del parecido que veía Sagan entre un bólido y una bomba termonuclear, parecido capaz de llevar a la confusión y desencadenar una guerra. De hecho, episodios como el de Tunguska se producen con cierta frecuencia: una treintena cada año, de media.
Los hubo similares en la Amazonía en 1930 y en Asia central una década más tarde. Ahora bien, no siempre son tan fuertes, claro. El de Vitim (Siberia) de 2002, por ejemplo, se quedó por debajo de 4 kilotones (un kilotón, por cierto, equivale a 1.000 toneladas de TNT) y el de Polonia (1990) fue aún menor, entre otros muchos. Puestos a reseñar cabe añadir, como curiosidad, que en territorio español se han registrado algunos, como los de Arroyomolinos de León (Huelva) en 1932 o Cando (La Coruña) en 1994.
En cambio, el que cayó en 2013 sobre otra región rusa, la de Cheliábinsk, que además fue grabado por multitud de cámaras, alcanzó 500 kilotones (30 veces más que en Hiroshima) y tras explotar a 20.000 metros de altitud se desintegró en miles de meteoritos más pequeños que llovieron sobre la zona, provocando millar y medio de heridos; originalmente tendría unos 15 metros de diámetro y algunos de los trozos recuperados se incorporaron a las medallas de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, celebrados justo un año después.
El 6 de junio de 2002 se registró otro episodio de este tipo aunque en este caso con la particularidad de ocurrir en alta mar, así que no se conservan pruebas ni materiales recuperables; ni siquiera queda, obviamente, un cráter. El Bólido del Mediterráneo Oriental, como fue bautizado, explotó en un punto entre Libia, Grecia y Creta con una potencia de 26 kilotones, el doble de Hiroshima, por lo que el tamaño del cuerpo original rondaría los 10 metros de diámetro. Pero se desconoce su naturaleza, si se trataba de restos de un cometa o de otro tipo de meteoro.
Lo importante del bólido mediterráneo es que, por suerte, cayó en el viejo Mare Nostrum. De haberlo hecho en el subcontinente indio quién sabe si no hubiera desatado una catástrofe y no necesariamente por sí mismo. Porque lo que verdaderamente le da protagonismo sobre otros es que en 2002 India y Pakistán estaban en fase de máxima alerta a causa del conflicto que mantenían -y mantienen- por Cachemira, concentrando tropas en sus fronteras. La escalada militar era el resultado de los atentados contra el parlamento indio cometidos en octubre de 2001 por grupos terroristas paquistaníes con el apoyo del gobierno de ese país, en opinión de los indios.
Si añadimos los restantes datos que completan el contexto a más de uno se le podría erizar el cabello: ambos países tienen armamento nuclear, el bólido no fue detectado hasta que estalló y Cachemira se encuentra en la misma latitud que el punto de la explosión, lo que significa que de haberse producido 3 horas antes lo habría hecho sobre ese lugar en disputa, por la rotación de la Tierra. Asimismo, no era la primera vez que India y Pakistán apartaban la diplomacia para dirimir su rivalidad en el campo de batalla y en ese momento carecían de sensores lo suficientemente avanzados como para distinguir un bólido de una bomba atómica…
Un bólido es un meteoro, es decir, un fenómeno luminoso producido por la entrada en la atmósfera de un meteoroide (partículas de roca, polvo o hielo procedentes de algún cometa o restos de la formación del Sistema Solar) que en su trayectoria deja una estela y que en lenguaje común recibe el nombre de estrella fugaz. El carácter de bólido lo adquiere por tener mayor brillo de lo común aparentando ser una bola de fuego y, sobre todo, porque suele terminar explotando en el aire a causa del desequilibrio térmico, desmenuzándose y produciendo un gran estruendo.
Esa detonación reviste a veces tal intensidad, si el bólido tiene un tamaño considerable, que puede provocar grandes daños en kilómetros a la redonda. Es lo que pasó, por ejemplo, en Tunguska (Siberia) el 30 de junio de 1908. Debido a que no se recuperó ningún fragmento, se ignora si se trataba de un cometa o de un asteroide, pero sí que debía medir más de cuarenta metros de diámetro, pues al explotar produjo tal conmoción que el suelo tembló hasta a 400 kilómetros de distancia, disparando los sismógrafos. El estallido equivalió al de una bomba atómica de 30 megatones (un megatón equivale a 1.000 kilotones, por lo que la potencia total fue de 30.000 kilotones; la bomba de Hiroshima sólo fue de 13 kilotones).
Al volatilizarse en vuelo no dejó cráter (aunque algunos científicos creen que el lago Cheko podría serlo) pero arrasó los árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados y los testimonios de los supervivientes hablan de una columna de humo en forma de hongo. Esto resulta muy gráfico y refuerza los cimientos del parecido que veía Sagan entre un bólido y una bomba termonuclear, parecido capaz de llevar a la confusión y desencadenar una guerra. De hecho, episodios como el de Tunguska se producen con cierta frecuencia: una treintena cada año, de media.
Los hubo similares en la Amazonía en 1930 y en Asia central una década más tarde. Ahora bien, no siempre son tan fuertes, claro. El de Vitim (Siberia) de 2002, por ejemplo, se quedó por debajo de 4 kilotones (un kilotón, por cierto, equivale a 1.000 toneladas de TNT) y el de Polonia (1990) fue aún menor, entre otros muchos. Puestos a reseñar cabe añadir, como curiosidad, que en territorio español se han registrado algunos, como los de Arroyomolinos de León (Huelva) en 1932 o Cando (La Coruña) en 1994.
En cambio, el que cayó en 2013 sobre otra región rusa, la de Cheliábinsk, que además fue grabado por multitud de cámaras, alcanzó 500 kilotones (30 veces más que en Hiroshima) y tras explotar a 20.000 metros de altitud se desintegró en miles de meteoritos más pequeños que llovieron sobre la zona, provocando millar y medio de heridos; originalmente tendría unos 15 metros de diámetro y algunos de los trozos recuperados se incorporaron a las medallas de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, celebrados justo un año después.
El 6 de junio de 2002 se registró otro episodio de este tipo aunque en este caso con la particularidad de ocurrir en alta mar, así que no se conservan pruebas ni materiales recuperables; ni siquiera queda, obviamente, un cráter. El Bólido del Mediterráneo Oriental, como fue bautizado, explotó en un punto entre Libia, Grecia y Creta con una potencia de 26 kilotones, el doble de Hiroshima, por lo que el tamaño del cuerpo original rondaría los 10 metros de diámetro. Pero se desconoce su naturaleza, si se trataba de restos de un cometa o de otro tipo de meteoro.
Lo importante del bólido mediterráneo es que, por suerte, cayó en el viejo Mare Nostrum. De haberlo hecho en el subcontinente indio quién sabe si no hubiera desatado una catástrofe y no necesariamente por sí mismo. Porque lo que verdaderamente le da protagonismo sobre otros es que en 2002 India y Pakistán estaban en fase de máxima alerta a causa del conflicto que mantenían -y mantienen- por Cachemira, concentrando tropas en sus fronteras. La escalada militar era el resultado de los atentados contra el parlamento indio cometidos en octubre de 2001 por grupos terroristas paquistaníes con el apoyo del gobierno de ese país, en opinión de los indios.
Si añadimos los restantes datos que completan el contexto a más de uno se le podría erizar el cabello: ambos países tienen armamento nuclear, el bólido no fue detectado hasta que estalló y Cachemira se encuentra en la misma latitud que el punto de la explosión, lo que significa que de haberse producido 3 horas antes lo habría hecho sobre ese lugar en disputa, por la rotación de la Tierra. Asimismo, no era la primera vez que India y Pakistán apartaban la diplomacia para dirimir su rivalidad en el campo de batalla y en ese momento carecían de sensores lo suficientemente avanzados como para distinguir un bólido de una bomba atómica…
Comentarios
Publicar un comentario