La batalla de los puentes Largos

Tras el desastre en el año 9 d.C. del legado romano en Germania, Publio Quintilio Varo, quien fue atraído por Arminio (el caudillo querusco) a una emboscada en el bosque de Teutoburgo -perdiendo tres legiones y su propia vida-, Roma vio retroceder su frontera. Pero no digirió nunca aquella derrota, tanto por las pérdidas sufridas como por la humillación, y cuatro años después insistió en una serie de campañas que tampoco salieron como se esperaba y dejaron el limes definitivamente en el Rin. Antes hubo que llevar a cabo una retirada general que, pudiendo haber acabado también en catástrofe, al final devino en agónica victoria: la desesperada batalla de los Puentes Largos.

La hecatombe de Varo, que provocaba pesadillas nocturnas en Augusto haciéndole gritar la famosa frase «¡Quintili Vare, legiones redde!» («¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!») animó a rebelarse a todos lo germanos, que capturaron la mayor parte de las fortalezas enemigas -sólo resistió la de Aliso-, así que el emperador envió a su ahijado Tiberio para que impidiera que los bárbaros entraran en la Galia, como se temía. Junto a su hermano Druso, llevó a cabo varias duras y exitosas campañas que, sin embargo, no permitieron recuperar el terreno perdido ni las águilas de las legiones de Varo.

No obstante, saltaron rencillas entre los germanos y Tiberio aprovechó para regresar y asumir el cargo de cónsul, de modo que fue a su sobrino Germánico, el hijo de Druso, a quien se entregó el mando de las ocho legiones del Rin (un tercio de la fuerza militar de Roma) en el año 13. Al año siguiente falleció Augusto y Tiberio recogió el testigo como princeps, mientras Germánico recibía el imperium prococonsular y se encontraba que su problema inmediato no iba a ser externo sino interno: los legionarios se sublevaron al debérseles atrasos y haberse ampliado su tiempo de servicio militar de dieciséis a veinticinco años.

El motín lo empezaron las legiones V y XXI, asentadas en Castra Vetera, y luego se sumaron las I y XX de Ara Ubiorum primero y luego las II, XIII y XVI. Las primeras estaban al mando de Aulo Cecina Severo, gobernador de la Germania Inferior, y las otras tenían como comandante a Cayo Silio, gobernador de la Germania Superior. En esos momentos, Germánico estaba haciendo un censo en la Galia Bélgica y, consciente de la popularidad que tenía entre los soldados, se presentó ante ellos para intentar calmarlos. Pero no pudo convencerlos, pese a que les habló por cohortes para resultar más cercano y a que recurrió al chantaje emocional de amenazar con quitarse la vida; ellos mismos le ofrecieron una espada.

Únicamente lo consiguió falsificando una carta que dijo que Tiberio le había enviado y en la que, siguiendo la última voluntad de Augusto, prometía el licenciamiento de los veteranos con dos décadas de servicio y el pase a la reserva (en fortalezas) a los de dieciséis, al igual que el pago de los haberes pendientes. Así y todo, las tropas quedaron recelosas y no sólo la tomaron con unos delegados del Senado que llegaron inoportunamente, sino que además mantuvieron como rehenes a la esposa e hijo de Germánico. A ella, Agripina la Mayor (nieta de Augusto), aceptaron liberarla por estar embarazada, pero retuvieron al niño, Cayo, al que todos llamaban Calígula (Botita) por las botas militares que solía utilizar, y que llegaría a ser emperador.

Como Tiberio accedió a entregar el dinero adeudado pero no a licenciar a los veteranos, Germánico comprendió que era necesario distraer la atención de las legiones, ociosas al limitar su actividad a la vigilancia, y les encargó la construcción de un puente sobre el Rin como primer paso de una campaña, aprovechando que los germanos estaban en un período de celebraciones religiosas. Con los hombres de Cecina como punta de lanza, el ejército avanzó arrasando cuanto poblado y campo cultivado encontraba a su paso -Germánico había llegado a la conclusión de que la única forma de poner fin a la cuestión germana era una guerra de extermini0-, para al final regresar al punto de partida tras rechazar una emboscada a retaguardia.

Germánico fue agasajado con un triunfo en Roma, pero eso no le impidió acometer una nueva operación en el año 15 d.C. Esta vez utilizó la astucia, aprovechando la división interna entre los queruscos para aliarse con la facción de Segestes, suegro y prisionero de Arminio, contra la de éste (Segestes acaudillaba a los catos). Mientras tanto, dos columnas -una de ellas dirigida por él mismo- avanzaban empujando a queruscos, catos y marsios hacia el norte, de modo que no pudieran contactar entre sí. Concluido el plan, se retornó a la seguridad del limes, llevando como rehén a la esposa de Arminio, Tusnelda, que esperaba un hijo de él.

La situación de su mujer no amilanó al jefe querusco, que empezó a tejer una nueva gran coalición germana. Eso obligó al procónsul romano, que había recibido el título de imperator, a iniciar una tercera campaña en la que entró otra vez en territorio hostil, al frente de cuatro legiones a las que reforzó con cuatro mil auxiliares caucos (una tribu del noroeste), desembarcando en Bentumersiel (hoy Leer). A la par, Cecina seguía el cauce del Ems para enfrentarse a los brúcteros, ayudado por el legado Lucio Esternino al frente de la caballería. La misión de éste fue victoriosa, rescatando el águila perdida años atrás de la legión XIX.

A continuación se reunieron las fuerzas y la marcha de Germánico se hizo imparable. No tardó en llegar al bosque de Teutoburgo, donde encontró un pavoroso espectáculo: los restos de las legiones de Quintilio Varo -esqueletos, armaduras, osamentas de caballos, trincheras…- todavía estaban dispersos por todo el área , a veces en impactantes escenarios como las aras donde habían sido sacrificados los oficiales. La penosa tarea de enterrar aquellos despojos -que Tiberio criticaría por considerar que pudo desmoralizar a la tropa- se compensó con el hallazgo del resto de águilas perdidas y la noticia de que Arminio estaba cerca, en lo que quedaba de un antiguo campamento romano. Germánico decidió enviar a la caballería a capturarlo, aún sabiendo que se estaba metiendo en la boca del lobo.

Y, en efecto, era una trampa. El querusco fingió retirarse primero para luego ordenar atacar desde todas partes, cerrando la retaguardia a los jinetes con guerreros que había mantenido escondidos y que salieron de pronto de entre los árboles. Presa del pánico, la caballería detuvo su carga y emprendió un sálvese quien pueda. Dándose cuenta del peligro, Germánico mandó a sus auxiliares a apoyarla, pero éstos se vieron rebasados por los caballos al galope, quedando todos envueltos en un confuso maremágnum. Si bien la situación era crítica, se salvó gracias a la llegada de las legiones, cuya ordenada disposición puso fin al caos.

Aún así, Germánico consideró prudente retirarse al río Ems y reembarcó a la mitad de su gente (las legiones XIII Gemina y XVI Gallica , más diez mil auxiliares) para descender por él hasta la desembocadura. Las legiones II Augusta y XIV Gemina, al mando de Publio Vitelio, marcharían por tierra bordeando las riberas, apoyándose en los barcos y viceversa. Les surgió un inesperado adversario en forma de adversa meteorología, con lluvias que provocaron un súbito desbordamiento e inundaciones, y obligaron a Vitelio a buscar refugio en terreno elevado hasta que amainó el temporal y pudo continuar, si bien se ahogaron bastantes hombres y animales.

El resto del ejército, a las órdenes de Aulo Cecina Severo, debía cruzar el Ems cerca de la actual Münster, utilizando los llamados Pontes Longi o Puentes Largos, una serie de pasarelas de madera construidas una docena de años antes por el gobernador de entonces, Lucio Domicio Enobarbo (el abuelo de Nerón) para salvar el pantanoso terreno que había entre ese cauce fluvial y el del Rin. Cecina llevaba las legiones I Augusta, V Alaudae, XX Valeria Victrix y XXI Rapax) más cinco mil auxiliares, sumando unos treinta mil hombres -aunque las cifras varían según el autor-. Pero Arminio, probablemente muy superior en efectivos, no estaba dispuesto a dejarlos ir tan fácilmente.

Gracias a su conocimiento del terreno, los germanos alcanzaron a los romanos y prepararon otra emboscada, sabiendo que el paso de los Puentes Largos sería lento porque su estado de deterioro tras tantos años requeriría llevar a cabo reparaciones previas (en la columna también iban decenas de carros con heridos y bagajes). Para protegerse mientras durasen esos trabajos, Cecina, militar experimentado, situó una línea de defensa que se encargó de rechazar las continuas embestidas enemigas. Arminio, viendo a sus guerreros agotarse en vano, cambió de táctica y mandó desviar el curso del río, inundando el campamento y parte de los puentes.

La posición romana se hizo incómoda; según cuenta la leyenda, Cecina tuvo un sueño en el que se le apareció un ensangrentado Quintilio Varo ofreciéndole su mano, que él rechazó. En la vida real, destinó dos legiones a escoltar equipajes y heridos en el paso de los puentes, mientras otras dos protegían al conjunto. Su plan era alcanzar cuanto antes el otro lado, donde una llanura le permitiría desplegar a su ejército en campo abierto y darle la superioridad de la que ahora carecía, envuelto en pantanos que beneficiaban los súbitos y dispersos ataques germanos, tal como había sufrido Varo.

Lamentablemente para él, las legiones que debían proporcionar protección al grueso de la columna no se atuvieron al plan y cruzaron las pasarelas, dejándola sola. Arminio vio la oportunidad y lanzó a su gente contra ella, diezmando sus filas y poniéndola al borde del desastre, al huir los soldados para salvar su vida; el propio Cecina, que perdió su caballo, estuvo a punto de caer prisionero. Se libraron gracias al desorden de los germanos, que en vez de perseguirlos para rematar el choque prefirieron dedicarse a saquear los carros; pero habían perdido la caballería porque Arminio dio orden de matar a las monturas



Eso permitió a los supervivientes atrincherarse tras una empalizada y un foso improvisados desesperadamente, quizá en lo que hoy es el yacimiento arqueológico de Kalkriese (que también se identifica con el lugar de la batalla contra Varo), entre Münster y Coesfeld. La tensión hizo que aquella noche cualquier cosa, cualquier simple ruido (consta un caballo desbocado, por ejemplo), se interpretase como un ataque germano, obligando a Cecina a esforzarse en calmar los nervios de la gente; una vez incluso tuvo que tumbarse en el suelo junto a la puerta para que le imitasen y escuchasen por sí mismos que no había enemigos fuera intentando entrar. Aún así, estaban en una situación muy comprometida, sin apenas víveres y con muchos civiles y heridos que defender.

Era cuestión de tiempo pues que cayeran vencidos, por lo que el legado decidió con sus oficiales que había que intentar una estratagema, por arriesgada que pareciera: en el siguiente asalto fingirían que cedían y entonces, cuando el enemigo se desordenase ante la inminencia de una victoria fácil, entablarían una batalla campal, en la que a priori eran superiores. Arminio conocía sobradamente a los romanos -se había criado con ellos- y sabía que eso no le convenía; su intención era sitiar la posición y acosarla con pequeñas embestidas, desangrándola poco a poco o incluso dejar que sus defensores se retiraran al Rin. Sin embargo los otros jefes querían aplastar a los romanos, así que votaron destituirle y poner en su lugar a su tío, Inguiomero, partidario del combate directo.

Efectivamente, tras rellenar el foso, Inguiomero ordenó el asalto a la empalizada, que los romanos simularon rechazar con apuros. Entonces, Cecina mandó tocar simultáneamente a los cornicines, tubicines y bucinatores (los distintos tipos de músicos, cuyos instrumentos servían para enviar órdenes), y, tras abrir las puertas, los legionarios salieron en orden de combate. Era su momento. Rápidamente, haciendo gala de su proverbial buen adiestramiento, rodearon al enemigo y lo golpearon por la retaguardia, rompiendo sus formaciones y causando cuantiosas bajas. Inguiomero y Arminio pudieron escapar -el primero herido-, pero perdieron miles de hombres-no hay datos al respecto-, según se deduce del resultado fin


Y es que Cecina sí persiguió al adversario en su huida, acabando definitivamente con el peligro para los suyos. Luego terminó de reparar los Puentes Largos (algunos historiadores opinan que sobre ellos sólo recorrió un trecho, utilizando más bien una calzada cercana) y, en suma, gracias a su genio militar, las legiones que mandaba lograron salvarse llegando a Castra Vetera (la actual Xanten alemana). Él fue premiado con un triunfo, al igual que Germánico, que en el año 16 d.C. volvería a derrotar a Arminio; fue en la batalla de Idistaviso, que concluyó con una nueva y demoledora victoria romana.

La popularidad de Germánico se disparó… y levantó recelo en Tiberio, al que más tarde se acusaría de matarlo -aunque le adoptó nunca tuvo afecto por él- por las extrañas circunstancias en que falleció en el 19 d.C. Cecina, ya senador, trató de aclarar esa muerte, encontrándose con el veto imperial. Por su parte, pese a las derrotas sufridas, Arminio consiguió con su pertinaz resistencia que los romanos renunciasen a hacerse con su tierra y al sueño de Augusto de extender la frontera hasta el Elba; irónicamente, eso le supuso ser muerto a traición, pues al no contar con el clásico enemigo común los germanos pasaron a reñir entre ellos. Tumélico, el hijo que alumbró su esposa cautiva, moriría como gladiador; de ella no se volvió a saber.

Pero gracias a las campañas de Germánico, rematadas in extremis con la batalla de los Puentes Largos, el honor de Roma, manchado con la pérdida de las águilas, había sido recuperado.

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