El descubrimiento del fosforo





Erase una vez, en el año 1765 un hombre llamado Hennig Brand, tuvo la suerte de casarse con una buena mujer que le proporcionó una buena dote y aunque no era un as en los negocios, por lo menos pudo darse el lujo de dedicarse al noble arte de la "alquimia".

 En aquel momento el oficio de alquimista se consideraba plenamente científico. Como todo hombre de "ciencia" los alquimistas buscaban la famosa "piedra filosofal", esa que haría que cualquier metal se convirtiera en oro. Pero Brand fue más lejos, por alguna descabellada razón pretendía convertir la orina en oro.

El sótano de su casa se convirtió en su centro de operaciones. Juntó 50 cubos de orina humana y se puso manos a la obra. Mezcló , tamisó, disolvió, calentó; todos los procesos que un alquimista podía seguir.

En aquellos tiempos se pensaba que la orina tenía propiedades especiales y por eso en la antigüedad se usaba como abono fertilizante, para curtir cuero y blanquear la ropa (recordemos el pecunia non olet de Vespasiano para justificar el impuesto a la recogida de orina) y hasta se limpiaban los dientes con ella.

Había hervido orina hasta obtener un residuo negro y seco, separándolo del fondo salino y dejándolo reposar varios meses. Luego lo calentó durante varias horas a altas temperaturas, procediendo entonces a destilarlo.

Mes a mes trabajaba en su proyecto y nada parecido al oro se asomaba, sólo una sustancia blanquecina y traslúcida. Totalmente desilusionado apagó la vela del sótano y... ¡aquella sustancia empezó a brillar!

¡Que emoción! Algo bueno salió de todo esto, solo que no sabía que era... ¡y que importa! era un nuevo descubrimiento. Como resultado, quedaron un aceite y una sustancia cerosa inflamable, de hecho, se desparramó una parte en llamas que tuvo que enfriar y solidificar con agua, aunque seguía siendo luminiscente. Brand la llamó primero fuego frío y después lo rebautizó con el nombre de fósforo, que en griego significa portador de luz.

Hoy sabemos que los átomos de oxígeno que contienen los fosfatos de la orina reaccionan con el otro componente de ésta, el carbono, que originan monóxido de carbono cuando se calientan y permiten que los átomos de fósforo se liberen en forma gaseosa, aunque dicha forma puede condensarse y volverse sólida al enfriarse.

En esencia es el mismo proceso que se emplea hoy en día industrialmente, sólo que en vez de orina se usan fosfatos naturales y coque. Lo que Brand no sabía era precisamente la riqueza en fosfatos que tenía aquel desecho salino, lo que le hubiera permitido reducir los miles de litros de orina que llegó a manejar.

El fósforo era un elemento nuevo. Brand trató de guardar el secreto pero fue más grande su ego que terminó divulgandolo cuanto pudo. Todos estaban interesados en el nuevo elemento y como podía producirse pero el método de Brand resultaba más caro que el oro.

Tuvo que pasar más de 70 años para que Carl Scheele ideara un método para obtención del fósforo a partir de huesos (aunque la mayor parte del fósforo en el organismo se encuentra en los huesos y en los dientes, constituye el 1% de nuestro peso corporal).

Hennig Brand pasó a la historia. No por descubrir la manera de transformar en oro materiales menos valiosos, ni siquiera por vivir entre cientos, ¡miles! de litros de orina. Brand pasó a la historia porque, con esa reacción, descubrió una sustancia que brillaba en la oscuridad.

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