Batalla de Zama (2/2)


 Desarrollo de la batalla de Zama: Escipión vs. Aníbal

La batalla de Zama comenzó con la carga de los elefantes cartagineses, y ya ahí surgió el primer contratiempo para Aníbal. En la zona izquierda, muchos de estos animales, atrapados recientemente y mal entrenados, se asustaron con el sonido de las trompetas y gritos de guerra y retrocedieron, desordenando las filas de la caballería númida.

Al otro lado del campo de batalla, Masinisa aprovechó la oportunidad y cargó de inmediato, poniendo en desbandada a toda la caballería y lanzándose a su persecución.
Entre tanto, los otros elefantes sí avanzaron, pero hicieron pocos daños en las filas romanas gracias a la estrategia previamente señalada. Además, en el ala derecha cartaginesa, también la caballería púnica fue rápidamente derrotada por la romana de Lelio.

Así, solo en esta primera fase del desarrollo de la batalla de Zama, Aníbal había fracasado en el ataque de los elefantes y había perdido a sus dos alas de caballería. Ahora todo quedaba en manos de la infantería.

Las primeras dos unidades de la infantería púnica seguramente habían empezado a avanzar en el momento en que atacaron los elefantes, mientras que la tercera se mantuvo inmóvil a las órdenes directas de Aníbal. Por su parte, la infantería romana avanzó para enfrentarse al enemigo una vez que las bestias dejaron de ser un problema. Cabe destacar que ambos contingentes caminaban ruidosamente, con los hombres gritando, chocando las armas con los escudos y haciendo sonar las trompetas.

El choque de las dos líneas fue brutal y la oposición cartaginesa fue feroz, pero poco a poco los disciplinados legionarios romanos comenzaron a ganar terreno gracias a la renovación de sus fuerzas por los soldados que les seguían detrás, al contrario de lo que pasó en el bando púnico. Ante la huida de sus compañeros, los veteranos de Aníbal cerraron filas y bajaron las lanzas, forzando a los supervivientes a desviarse a los flancos y reagruparse detrás de ellos.

En este momento, en vez de avanzar, Aníbal permitió que los romanos fueran hasta él, esperando que el avance no fuera coordinado debido al terreno que los separaba, cubierto de cadáveres y resbaladizo por la sangre.

Sin embargo, otra vez las cosas no salieron como él esperaba. Para emprender la carga, los legionarios reorganizaron su frente en una sola línea de batalla, con los hastati supervivientes y los principes en el centro y la reserva de triarii veteranos en los flancos. Ambas formaciones, convertidas ahora en sólidas falanges, como si de los antiguos hoplitas se trataran, avanzaron hasta chocar con igual determinación y fuerza.
Durante un tiempo el resultado se veía incierto, pero la balanza finalmente se inclinó hacia el lado romano cuando la caballería romana de Lelio y Masinisa regresó al campo de batalla y ejecutó una maniobra similar a la que su enemigo había usado en Cannas.

Al atacar a los púnicos por la retaguardia, los soldados de Aníbal quedaron encerrados sin escapatoria entre las legiones y los jinetes, por lo que se produjo una gran matanza que finalizaría la batalla. Al contemplar esta hecatombe, Aníbal abandonó rápidamente el campo de batalla para regresar a Hadrumeto y luego a la propia Cartago.


Consecuencias de la batalla de Zama (202 a.C.)

Las consecuencias de la batalla de Zama fueron trascendentales y muy diferentes para Roma y Cartago. Si hacemos caso al historiador Polibio, los cartagineses perdieron en la batalla hasta 20.000 hombres, cifra muy superior a los 1500-2000 hombres perdidos por los romanos, por no hablar también de los miles de prisioneros que hizo Escipión.

Si algo demostró la batalla de Zama fue que la legión romana era el instrumento militar más letal de su época. Con su característica mezcla de alta disciplina, aliados y auxiliares relevantes, inteligentes estrategias y gran flexibilidad táctica, la legión romana ya podía vencer a cualquier ejército que le saliera al paso.

La derrota de su ejército dejó a Cartago sin más opciones que pedir la apertura de las negociaciones de paz con Roma. En una demostración de fuerza, Escipión dirigió la flota romana directamente hacia la desprotegida metrópolis para presionarla hacia la rendición incondicional, que no tardó en llegar.

A pesar de los traumas vividos en sus primeros años, Roma había ganado la Segunda Guerra Púnica.



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