Pidna era una ciudad griega situada en
el golfo de Tesalónica, y allí mismo el 22 de junio del año 168
a.C., se enfrentaron los ejércitos de Roma y Macedonia con un
resultado final que vino a suponer, por una parte, la confirmación
del dominio de Roma de toda el área mediterránea, y de otra, el fin
del ultimo de los reinos en los que se dividió el imperio de
Alejandro Magno, si exceptuamos el reino ptolemaico de Egipto, 155
años después de su muerte.
El origen del conflicto se remontaba al
año 179 a.C. cuando el poco recomendable Perseo subió al trono de
Macedonia, sucediendo con malas artes a su padre, Filipo V. Las
ansias expansionistas del nuevo rey se materializaron en guerras con
territorios limítrofes, pero cometió la torpeza de acosar el reino
de Eumenes de Pérgamo, aliado y amigo de Roma; que ni corto ni
perezoso, suplicó la intervencion romana en su defensa.
Roma, que estaba deseando tener un
causus belli y que le molestaba que tocaran las narices a sus
aliados, reaccionó rapidamente pero de forma ineficaz.
Las legiones enviadas para combatir a
Perseo, comandadas por consules ineptos, carentes de capacidad de
liderazgo y huérfanos de conocimientos militares; fracasaron
estrepitosamente y alargaron innecesariamente una guerra que podía
haber sido solventada fácilmente de haber contado con un líder que
pusiese orden y que ejerciese el mando militar eficazmente.
Esta situación, insostenible por mas
tiempo, finalizó cuando el Senado, presionado por el pueblo, designó
comandante del ejercito a Lucio Emilio Paulo, hijo del general del
mismo nombre que pereció, derrotado por Aníbal, con honor el la
batalla de Cannas, junto al otro cónsul, el indigno Cayo Terencio
Varron.
El nuevo general cambió la tendencia de la guerra, y tras algunas escaramuzas previas, la liquidó de forma definitiva en la batalla que hoy conmemoramos. Desde aquel día, Lucio Emilio Paulo añadió a su nombre el apodo de Macedonico, que es algo que nos viene de perlas para poder distinguirlo de su padre, y al que debemos agradecer profundamentalmente, que tras la caída de Macedonia, se llevara rehenes de las ciudades griegas que le habían opuesto resistencia, en prenda y garantía de su futura buena conducta.
No es que me guste a mí que tras las
guerras se retengan a personas para garantizar el buen comportamiento
de sus familiares y amigos, lo que sucede es que entre esos rehenes
se encontraba un joven llamado Polibio, que por suerte para nosotros,
vivió en Roma en la casa del conquistador de Macedonia, encargándose
de la educación de su hijo Publio, el mismo que tras su adopción
por la gens cornelia, se convirtió en Escipion Emiliano.
Polibio lo acompañó más tarde en sus
campañas, adquiriendo unos grandes conocimientos de primera mano,
que le facilitaron escribir la historia del mundo grecorromano, en la
que se le considera uno de los historiadores antiguos más fiable e
influyente.
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