Batalla del Estrecho de Dinamarca, 24 de mayo de 1941.
A mediados de mayo de 1941, las posibilidades de victoria para Inglaterra eran mínimas. Desde hacía cerca de un año, se erguía sola frente a las potentes y victoriosas fuerzas del Eje. En el mar, la situación era mala y empeoraba por momentos. Las pérdidas de tonelaje habían llegado a alcanzar cantidades angustiosas. El alto mando naval alemán atacaba las comunicaciones de Inglaterra no sólo con aviones y submarinos, sino también con buques de superficie, y he aquí que ahora se señalaba la presencia en el Kattegat, rumbo al norte, de dos grandes buques de guerra alemanes, fuertemente escoltados, que acompañaban a 11 barcos de carga. Se creía identificar a uno de ellos como el acorazado más poderoso y moderno de la marina de guerra alemana, el Bismarck.
¿Que iban a hacer estos dos buques de guerra? ¿Se limitarían a acompañar el convoy? ¿Proyectaban escapar después al Atlántico y arribar a Brest, para unirse a los poderosos navíos de línea, Scharnhorst y Gneisenau, que habían regresado semanas atrás de un raid victorioso que les había llevado hasta las costas de Brasil? Considerando que esta escapada al Atlántico constituía la principal amenaza, los ingleses trazaron sus planes.
La decisión tomada por el almirantazgo implicaba que todas las salidas al Mar Del Norte por donde la los alemanes pudieran salir tenían que ser vigiladas. Esta obligación colocaba a los ingleses ante problemas de búsqueda y persecución extremadamente complicados, pues sabían por experiencia que semejantes operaciones exigen la intervención de un gran número de buques.
Para atacar al Bismarck, sir John Tovey, que mandaba la "Home Fleet", disponía de dos navíos de línea ( El King George V y el Prince Of Wales), dos cruceros (El Hood y el Repulse) y un portaaviones (El Victorious). Cinco contra uno; la proporción a primera vista parecía satisfactoria. Pero el Bismarck era un hueso duro de roer. Era mayor que cualquiera de los acorazados británicos y su armamento principal consistía en ocho cañones de 380 mm, es decir, de un calibre más grande que el de los acorazados ingleses más recientes (356 mm). Se le consideraba tan rápido, incluso más rápido, que cualquiera de ellos. Los alemanes, en fin, habían demostrado en el transcurso de la guerra anterior que sabían construir buques de guerra capaces de encajar mejor los golpes que los ingleses.
El valor de los buques ingleses no era en modo alguno equivalente. Construido 25 años antes, el Repulse tenía dos cañones pesados menos que el Bismarck; estaba débilmente protegido y tenía poco radio de acción. El Hood, aunque potente, tenía a su vez más de veinte años.
El Prince Of Wales, al contrario ¡Era demasiado nuevo! Dos de sus torres hacía tres semanas que habían sido colocadas; no habían tenido tiempo de adiestrar a la tripulación ni para el rodaje de las máquinas. El Victorious se encontraba en condiciones similares: acababa de embarcar sus aviones, cuyos pilotos - reservistas - en esta ocasión ¡Era la primera vez que ponían sus pies en la cubierta de un portaaviones! No era pues, exagerado admitir que el almirante Tovey no tenía más que un solo buque, el King George V, que pudiese realmente enfrentarse con el Bismarck.
Para cubrir las posibles salidas del Mar Del Norte al Atlántico, el almirante decidió repartir sus grandes unidades en dos grupos: El Hood y el Prince Of Wales pondrían rumbo hacia el norte; el King George V, que arbolaba el pabellón del almirante, el Victorious y el Repulse montarían guardia al sur de las Feroe.
Quedaba una cuestión por resolver: ¿Cuando zarparían ambos grupos? Como la persecución podía prolongarse por espacio de centenares de millas, el éxito o el fracaso dependían en gran parte del factor combustible. Si las fuerzas británicas zarpaban y patrullaban mientras el Bismarck se encontraba fondeado, corrían el riesgo de quedarse escasas de combustible cuando éste apareciese. Por otra parte, si esperaban demasiado tiempo, el adversario podría llegar a alta mar antes que ellas y coger una delantera que fuera ya imposible de recuperar.
No había más que una solución para este angustioso problema: obtener informes precisos sobre los movimientos del enemigo.
El 22 de mayo, a las 1h. 15, un piloto que exploraba la costa noruega en un Spitfire perteneciente a una escuadrilla de reconocimiento del Coastal Command, descubrió y fotografió a dos buques de guerra fondeados en un fiordo perdido, en las cercanías de Bergen. Uno de los buques fue identificado como el Bismarck. El otro era un crucero; mas tarde se supo que se trataba del crucero Pesado Prinz Eugen.
Como no fue posible avistar de nuevo al Bismarck, el almirante Tovey envío aquel mismo día, a medianoche, al grupo Hood hacia el norte. El 22 de mayo fue una jornada de espera. El tiempo no era favorable para la aviación. Sin embargo, a las 19h. 45 se supo, gracias a un reconocimiento aéreo, que el Bismarck y el Prinz Eugen ya no estaban en Bergen. El almirante se decidió zarpar y envío al crucero Norfolk a reforzar a su gemelo, el Suffolk, que patrullaba ya por el Estrecho de Dinamarca.
El 23 de mayo, las 7 de la tarde, el capitán de navío R.M. Ellis se encontraba en el puente de mando del Suffolk. Allí había estado todo el día, la noche precedente y la anterior. Desde hacía dos días, el continuo mal tiempo había impedido a la aviación prestarle ayuda. El Estrecho de Dinamarca se hallaba sumido en la bruma. Quedaba, no obstante, una zona clara de unas tres millas de ancho al borde de los hielos flotantes procedentes del Ártico. El Suffolk navegaba por ella rumbo al sudoeste, casi tocando la cortina de bruma. A las 19h. 22, un vigía divisó al Bismarck, acompañado del Prinz Eugen. Ambos se hallaban a menos de 13.000 metros de ellos, distancia irrisoria para los cañones alemanes que tenían un alcance de 40.000 metros.
El capitán Ellis decidió cambiar de rumbo en el acto para ocultarse y señaló la presencia del enemigo.
Conservando contacto por medio del radar, maniobró para dejar que en Bismarck se le adelantase y ocupar una posición a popa del mismo que le permitiera seguirle sin ser descubierto. Sin apartar los ojos de los dos puntos blancos que mostraban a los dos buques enemigos en la pantalla del radar, vio que estos se le cruzaban por la proa a toda máquina. El capitán Ellis salió entonces de la niebla, divisó a los alemanes a 15 millas delante de él y puso rumbo en su seguimiento al mismo tiempo que enviaba una serie de mensajes.
El capitán Phillips se precipitó inmediatamente al puente de mando para ordenar el nuevo rumbo que le acercaría a la posición señalada del enemigo. A las 20h. 30, después de una hora de marcha a toda velocidad, el Norfolk, al salir bruscamente de la bruma, divisó a unas seis millas a babor al Bismarck y al Prinz Eugen, que iban hacia él. El capitán Phillips, inmediatamente, ordenó virar a estribor para ocultarse en la bruma mientras lanzaba una cortina de humo para prepararse una posible retirada.
Pero esta vez el Bismarck no había sido sorprendido. Comenzó a hacer un tiro muy preciso. Tres salvas de 380 mm encuadraron al Norfolk; otra cayó en su estela. Por suerte, el crucero no fue alcanzado, aunque algunos cascos de metralla cayeron a bordo; pero logró meterse entre la niebla sin sufrir averías. Resguardado tras la pantalla de bruma, el Norfolk maniobró a su vez, como el Suffolk, para ocupar un puesto de observación a popa del enemigo. Se situó a su aleta de babor para tener la seguridad de que el Bismarck no podría escapar por esa dirección. Y fue así como se entabló la persecución, con la pieza y los cazadores lanzados al máximo de velocidad por las frías aguas del estrecho y lanzándose a través de los bancos de bruma y los chubascos de nieve y de lluvia.
Durante este tiempo, la escuadra del vicealmirante Holland, compuesta por el Hood, el Prince Of Wales y seis destructores, había forzado la marcha para cortar la ruta al enemigo. A las 5h. 35 de la mañana del día 24 divisó a los dos buques alemanes, y cambio de rumbo para acercarse a ellos. Los oficiales y la marinería, que habían sido llamados a sus puestos de combate poco después de medianoche, se dispusieron a poner en acción las torres de artillería gruesa. A bordo del Norfolk y del Suffolk, la excitación iba en aumento. Con la llegada de los grandes buques, su misión terminaba dichosamente, y las tripulaciones, fatigadas, se preparaban con alegría para asistir a la destrucción del adversario; estaban muy lejos de imaginar el espectáculo que iban a presenciar.
Entonces, los acontecimientos se precipitaron. Llegados a los 23.000 metros de sus adversarios, el Hood y el Prince Of Wales abrieron fuego contra el Bismarck y el Prinz Eugen, que replicaron en el acto ¿Sobre qué objetivo disparaba el enemigo? Los dos buques alemanes disparaban contra el Hood.
En un combate naval, aún cuando el oficial de tiro ha corregido el disparo de las salvas con arreglo a la observación de los puntos de caída de los proyectiles que encuadran el objetivo (los grandes proyectiles levantan surtidores de agua muy altos cuando caen en el mar), le resulta sin embargo muy díficil observar los cañonazos que dan en el blanco. En efecto, algunos proyectiles de explosión retardada no estallan sino después de haber penetrando en el interior de un navío y, en estas condiciones, el resplandor del estallido es invisible desde el exterior.
El Prinz Eugen logró su primer blanco en menos de un minuto. El incendio que se declaró a la altura del palo de popa avanzó rápidamente hacia la proa del Hood. Las llamas se elevaron muy altas. Para los que contemplaban la escena desde los cruceros, el incendio del Hood tenía el aspecto de una semiesfera de fuego, parecida a la mitad superior de un sol poniente. Todos retenían la respiración, preguntándose cómo podría la tripulación del Hood dominar aquel infierno, que parecía disminuir un poco su intensidad para recobrarla bruscamente. La distancia, entretanto, decrecía rápidamente.
El Bismarck había encuadrado varias veces al crucero inglés y, sin duda, lo había alcanzado. A bordo de los cruceros, los espectadores, horrorizados, divisaron de pronto un enorme chorro de llamas que se elevó entre los dos palos del Hood hasta muchos cientos de metros de altura, proyectando hacia el cielo una enorme bola incandescente. Esta erupción casi volcánica duró apenas unos dos segundos. Cuando cesó, se elevó una gigantesca columna de humo. Del Hood únicamente se podía ver la proa y la popa irguiéndose hacia el cielo mientras el centro del buque se hundía en el mar. El Hood había volado. Cortado en dos, desapareció en pocos minutos.
El Prince Of Wales iba a afrontar ahora solo al enemigo. Una andanada de 380 mm del Bismarck hizo brotar una muralla de agua junto al costado del acorazado inglés. Siguieron muy de prisa y cayendo con gran rapidez, a una media de cada doce segundos, surtidores más pequeños, levantados por las granadas de 150 mm del Bismarck, y por los proyectiles de 203 mm del Prinz Eugen. El ruido era aterrador; el silbido y después el estallido de los proyectiles enemigos se mezclaban en un continuo estrépito del tronar de los cañones del Prince Of Wales, y al ruido del agua que caía de los géiseres levantados por el fuego enemigo. Los estallidos levantaban tal cantidad de agua alrededor del Prince Of Wales , en surtidores, a veces aún más altos que su mástil, que los artilleros ingleses a duras penas conseguían observar los puntos de caída de sus propios proyectiles.
De tiempo en tiempo se sentía al buque estremecerse cuando era alcanzado. Los servidores del puesto de dirección de tiro de popa se encontraron bien pronto rodeados de una negra humareda que procedía de un incendio surgido a proa. En medio de esta tormenta, una granada de 380 alcanzó de lleno el puente de mando, lo atravesó e hizo explosión en la otra borda. El puente no era más que un montón de chatarra; todos los oficiales y marineros que se encontraban en él estaban muertos o heridos, a excepción del capitán de navío J. C. Leach y del timonel. En el puesto de mando, situado exactamente debajo, comenzó a manar la sangre, goteando por un portavoz sobre la mesa de derrota.
Agravaba la situación el hecho de que el Prince Of Wales fuese un buque nuevo. El delicado mecanismo de sus torres estaba expuesto a numerosas fallas menores, hasta el punto de que uno tras otro, tras cada salva, los cañones se negaban a disparar. Varios obreros pertenecientes a la casa constructora habían sido embarcados para poner en condiciones las torres de artillería; pero a pesar de sus constantes intervenciones, dos de cada cinco disparos no se producían.
El Prince Of Wales seguía recibiendo impactos; dos proyectiles atravesaron sus costados a la altura de la línea de flotación y varios compartimentos quedaron inundados: aproximadamente 500 toneladas de agua penetraron en el casco. El capitán Leach, que permanecía ahora en el puente inferior, decidió abandonar el combate y esperar refuerzos. Viró de babor y se retiró al amparo de una cortina de humo. El Bismarck no trató de seguirle, aunque no pareció haber sufrido averías. Únicamente una columna de humo negro que brotó de su chimenea tres minutos después de haber empezado el combate atestiguaba que el buque alemán había sido tocado. Se hubiera dicho que bajo una violenta conmoción, todo el hollín se había desprendido de las tuberías de las calderas para ser proyectado muy alto en el aire por los gases que escapaban de la chimenea.
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