Después del rápido reinado de al-Saffah (749-754), el verdadero fundador de la dinastía abasí (750-1258), su sucesor es al-Mansur (754-775), quien elige como capital a la ciudad que había construido en la orilla oriental del Tigris en Irak, Bagdad, cuya primera versión queda completada en 762.
A lo largo de su reinado aplasta varias revueltas en Siria (754), Irán (755) y el norte de África (762). Sus sucesores deben luchar contra las sectas musulmanas en Persia e Irak. Es bajo el mandato del soberano más famoso de la dinastía, Harun al-Rashid (786-809), que aparece en Las mil y una noches, cuando el imperio musulmán muestra los primeros signos de su futuro declive. A partir de 750, los abasíes pierden el control de España y de África del norte. En 800, Harun al-Rashid debe reconocer a los aglabíes (800-909) como vasallos dependientes, cuando en realidad son soberanos independientes. Conquistan Sicilia antes de ser sometidos por los fatimíes en 909. Los rustamidas (777-909), organizados en tribus bereberes que gobiernan parte del Magreb central desde su capital, Tahert, también acaban siendo arrasados por los fatimíes en 909. Estas deserciones no impiden que se considere el reinado de Harun al-Rashid como una edad de oro.
Reforma el impuesto sobre la propiedad, que desde entonces podrá pagarse en especies para aliviar la carga de los pequeños agricultores, y lleva a cabo una reforma agraria que favorece la creación de grandes propiedades privadas o estatales. A su muerte, sus dos hijos, al-Amin (809-813) y al-Ma’mun (813-833), se disputan el trono, lo que provoca una guerra civil. El debilitamiento del poder central continúa. Las revueltas se multiplican en Persia y Egipto. A lo largo del siglo IX, las autoridades locales se independizan. En 868, el gobernador de Egipto, Ahmad ibn Tulun (835-884), se niega a dejar su puesto y conquista Siria. Funda la dinastía de los tuluníes (868-905), independiente hasta la vuelta de Egipto y Siria al imperio en 905. Breve retorno, ya que les suceden los ikhshididas (935-969).

En Siria y Mesopotamia son los hamdanidas (905-1004); en Persia, los safaríes (861-1003), y al este de Persia, los samanidas (874-999). Después son raras las excepciones en las que el califa solo es soberano nominal, pues el trono solo sirve para beneficiar a las dinastías locales. No es el caso de los mongoles, que toman Bagdad en 1258 y condenan a muerte el último gobernante abasí.
El arte abasí: frisos y cintas
Las artes conocen un renacimiento bajo los abasíes debido al desplazamiento del califato de Siria a Irak. Dos ciudades toman la delantera: Bagdad y Samarra. La transferencia del poder político a estos dos nuevos centros urbanos está acompañada por la influencia de un arte de las estepas de Asia Central, con una tendencia a la estilización abstracta de los personajes y el paisaje. Se adoptan elementos de la arquitectura sasánida, como el iwan, un porche abierto a un lado del patio, o las estalactitas en la ornamentación de los arcos. Las inscripciones sufren cambios y por primera vez se trabajan en forma de cintas ornamentales. El repertorio decorativo se completa con frisos de animales y escenas de caza. La producción artística bajo la dinastía abasí dura hasta la llegada pacífica de la tribu turca de los selyúcidas a Bagdad en 1055. El arte adopta entonces el nombre de «arte selyúcida», reflejando un estilo diferente.
La literatura abasí: el himno al vino de Omar Khayyam
Los textos poéticos pre-islámicos son una fuente de documentación importante para estudiar la lengua y la literatura del siglo VI (el origen del árabe literario). La predicación expandida veinte años después de la muerte de Mahoma por el Corán, el libro más antiguo de la prosa árabe, tendrá consecuencias sobre la producción literaria. Los poemas de este período parecen improvisados y se transmiten por vía oral. Se les llama mu’allaqat, que significa «suspendidos», y son los textos que adornan las paredes de la Kaaba. Durante la dinastía Omeya, la absorción gradual de nuevos pueblos en la comunidad musulmana enriquece el mundo literario con un aporte de nuevas ideas, hábitos y doctrinas emergentes. Debemos considerar este momento de la historia literaria como un período de transición en el que son habituales las cartas de tono político y social. Los tres grandes poetas cuyos nombres nos han llegado son al-Farazdaq (h. 641-730), Jarir al-Tabari (839-923) y al-Akhtal (640-710).
Desde el siglo VIII los géneros se asientan y los autores literarios imitan a sus predecesores. Los nombres más conocidos son los de Abu Nuwas (747-762) en poesía ligera, y Abu al-Atahiyah (748-828) en una poesía más filosófica. Pero el mayor poeta de la época es Omar Khayyam (1048-1131), autor de series de cuatro versos (rubaiyat) que inspirarán a poetas posteriores. Cada una de las series es en realidad un poema en sí mismo, y reflejan la transitoriedad de la vida, la incertidumbre y la relación del hombre con Dios. El autor cuestiona la existencia de la providencia divina y el Más Allá, se burla de las certezas religiosas y se queja de la fragilidad del hombre y de su ignorancia. Sus contemporáneos no prestaron demasiada atención a sus versos, y no fue hasta dos siglos después de su muerte cuando sus cuartetas aparecieron ya bajo su nombre.
Solo el vino y el amor pueden dar sentido a nuestra existencia. La prosa poética es origen del estilo epistolar o maqamat, mezcla de anécdotas, cuentos y piezas de poesía. Aparecen obras de todo tipo: sobre filología con un primer gramático, Abu al-Aswad al-Du’ali (603-688), y sobre historia, doctrina que experimenta un considerable auge, será al-Baladhuri (siglo IX) quien escriba, alrededor de 892, la primera Historia del mundo árabe. Pero la historia alcanza la madurez con al-Tabari (839-923) y sus Crónicas de al-Tabari: historia de los profetas y los reyes. Las obras históricas sieguen mostrando una extrema independencia respecto a las influencias externas, mientras que las literarias y las filológicas son más permeables a las tradiciones persas, griegas e hindúes. La filosofía (falsafa) también se propaga a través de traducciones griegas y da lugar a unas cuantas mentes excepcionales, como al-Kindi (801-873), conocido gracias a las traducciones al latín del siglo XII.
Los cuentos están todavía muy presentes. Los temas de Las mil y una noches tienen una clara influencia india y persa. Simbad el marino no adquirirá su forma definitiva hasta el siglo XV.
Las matemáticas, bajo la influencia griega e india, adquieren una gran importancia y, por primera vez, encontramos por escrito el término «álgebra», de al-jabr, que significa «reunión (de pedazos)».
A lo largo de su reinado aplasta varias revueltas en Siria (754), Irán (755) y el norte de África (762). Sus sucesores deben luchar contra las sectas musulmanas en Persia e Irak. Es bajo el mandato del soberano más famoso de la dinastía, Harun al-Rashid (786-809), que aparece en Las mil y una noches, cuando el imperio musulmán muestra los primeros signos de su futuro declive. A partir de 750, los abasíes pierden el control de España y de África del norte. En 800, Harun al-Rashid debe reconocer a los aglabíes (800-909) como vasallos dependientes, cuando en realidad son soberanos independientes. Conquistan Sicilia antes de ser sometidos por los fatimíes en 909. Los rustamidas (777-909), organizados en tribus bereberes que gobiernan parte del Magreb central desde su capital, Tahert, también acaban siendo arrasados por los fatimíes en 909. Estas deserciones no impiden que se considere el reinado de Harun al-Rashid como una edad de oro.
Reforma el impuesto sobre la propiedad, que desde entonces podrá pagarse en especies para aliviar la carga de los pequeños agricultores, y lleva a cabo una reforma agraria que favorece la creación de grandes propiedades privadas o estatales. A su muerte, sus dos hijos, al-Amin (809-813) y al-Ma’mun (813-833), se disputan el trono, lo que provoca una guerra civil. El debilitamiento del poder central continúa. Las revueltas se multiplican en Persia y Egipto. A lo largo del siglo IX, las autoridades locales se independizan. En 868, el gobernador de Egipto, Ahmad ibn Tulun (835-884), se niega a dejar su puesto y conquista Siria. Funda la dinastía de los tuluníes (868-905), independiente hasta la vuelta de Egipto y Siria al imperio en 905. Breve retorno, ya que les suceden los ikhshididas (935-969).
En Siria y Mesopotamia son los hamdanidas (905-1004); en Persia, los safaríes (861-1003), y al este de Persia, los samanidas (874-999). Después son raras las excepciones en las que el califa solo es soberano nominal, pues el trono solo sirve para beneficiar a las dinastías locales. No es el caso de los mongoles, que toman Bagdad en 1258 y condenan a muerte el último gobernante abasí.
El arte abasí: frisos y cintas
Las artes conocen un renacimiento bajo los abasíes debido al desplazamiento del califato de Siria a Irak. Dos ciudades toman la delantera: Bagdad y Samarra. La transferencia del poder político a estos dos nuevos centros urbanos está acompañada por la influencia de un arte de las estepas de Asia Central, con una tendencia a la estilización abstracta de los personajes y el paisaje. Se adoptan elementos de la arquitectura sasánida, como el iwan, un porche abierto a un lado del patio, o las estalactitas en la ornamentación de los arcos. Las inscripciones sufren cambios y por primera vez se trabajan en forma de cintas ornamentales. El repertorio decorativo se completa con frisos de animales y escenas de caza. La producción artística bajo la dinastía abasí dura hasta la llegada pacífica de la tribu turca de los selyúcidas a Bagdad en 1055. El arte adopta entonces el nombre de «arte selyúcida», reflejando un estilo diferente.
La literatura abasí: el himno al vino de Omar Khayyam
Los textos poéticos pre-islámicos son una fuente de documentación importante para estudiar la lengua y la literatura del siglo VI (el origen del árabe literario). La predicación expandida veinte años después de la muerte de Mahoma por el Corán, el libro más antiguo de la prosa árabe, tendrá consecuencias sobre la producción literaria. Los poemas de este período parecen improvisados y se transmiten por vía oral. Se les llama mu’allaqat, que significa «suspendidos», y son los textos que adornan las paredes de la Kaaba. Durante la dinastía Omeya, la absorción gradual de nuevos pueblos en la comunidad musulmana enriquece el mundo literario con un aporte de nuevas ideas, hábitos y doctrinas emergentes. Debemos considerar este momento de la historia literaria como un período de transición en el que son habituales las cartas de tono político y social. Los tres grandes poetas cuyos nombres nos han llegado son al-Farazdaq (h. 641-730), Jarir al-Tabari (839-923) y al-Akhtal (640-710).
Desde el siglo VIII los géneros se asientan y los autores literarios imitan a sus predecesores. Los nombres más conocidos son los de Abu Nuwas (747-762) en poesía ligera, y Abu al-Atahiyah (748-828) en una poesía más filosófica. Pero el mayor poeta de la época es Omar Khayyam (1048-1131), autor de series de cuatro versos (rubaiyat) que inspirarán a poetas posteriores. Cada una de las series es en realidad un poema en sí mismo, y reflejan la transitoriedad de la vida, la incertidumbre y la relación del hombre con Dios. El autor cuestiona la existencia de la providencia divina y el Más Allá, se burla de las certezas religiosas y se queja de la fragilidad del hombre y de su ignorancia. Sus contemporáneos no prestaron demasiada atención a sus versos, y no fue hasta dos siglos después de su muerte cuando sus cuartetas aparecieron ya bajo su nombre.
Solo el vino y el amor pueden dar sentido a nuestra existencia. La prosa poética es origen del estilo epistolar o maqamat, mezcla de anécdotas, cuentos y piezas de poesía. Aparecen obras de todo tipo: sobre filología con un primer gramático, Abu al-Aswad al-Du’ali (603-688), y sobre historia, doctrina que experimenta un considerable auge, será al-Baladhuri (siglo IX) quien escriba, alrededor de 892, la primera Historia del mundo árabe. Pero la historia alcanza la madurez con al-Tabari (839-923) y sus Crónicas de al-Tabari: historia de los profetas y los reyes. Las obras históricas sieguen mostrando una extrema independencia respecto a las influencias externas, mientras que las literarias y las filológicas son más permeables a las tradiciones persas, griegas e hindúes. La filosofía (falsafa) también se propaga a través de traducciones griegas y da lugar a unas cuantas mentes excepcionales, como al-Kindi (801-873), conocido gracias a las traducciones al latín del siglo XII.
Los cuentos están todavía muy presentes. Los temas de Las mil y una noches tienen una clara influencia india y persa. Simbad el marino no adquirirá su forma definitiva hasta el siglo XV.
Las matemáticas, bajo la influencia griega e india, adquieren una gran importancia y, por primera vez, encontramos por escrito el término «álgebra», de al-jabr, que significa «reunión (de pedazos)».
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